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6 de junio de 2025 a las 09:25

Diplomacia Presidencial

La sombra de la ausencia ha pesado sobre la relación México-Estados Unidos. Durante casi una década, la interacción presidencial se ha reducido a llamadas telefónicas, a un formalismo distante que contrasta con la vitalidad que debería caracterizar el vínculo entre dos naciones tan interconectadas. La gestión anterior, marcada por una aparente incomodidad en el escenario internacional, priorizó lo doméstico sobre lo global, relegando la participación de México en foros cruciales como el G-20. Si bien la presencia de los Secretarios de Relaciones Exteriores mantuvo un hilo de contacto, la falta de un liderazgo presidencial activo proyectó una imagen de desinterés, especialmente hacia Estados Unidos. Este vacío diplomático, que trasciende la simple formalidad, representa un terreno fértil para la nueva administración. No se trata únicamente de marcar una diferencia con el predecesor, sino de reconstruir puentes, de revitalizar una relación crucial que se ha enfriado por la falta de contacto directo. La posibilidad de una conexión más fluida con la actual administración estadounidense abre una ventana de oportunidad para retomar el diálogo y la colaboración en temas de interés mutuo.

Es innegable que la relación entre México y Estados Unidos tiene una naturaleza "interméstica", un término que refleja la profunda interdependencia entre ambos países. Lo que ocurre en uno impacta inevitablemente en el otro, desde la economía hasta la migración, pasando por la seguridad y el medio ambiente. La frialdad en las relaciones presidenciales de los últimos años ha dificultado la gestión de estos temas cruciales, dejando sin explorar un potencial de colaboración que beneficiaría a ambas naciones. El dato es contundente: Estados Unidos representa el 80% del comercio exterior mexicano. Esta cifra, por sí sola, subraya la importancia estratégica de la relación bilateral. Además, la mayor parte del personal de la Secretaría de Relaciones Exteriores en el exterior se concentra en Estados Unidos, distribuido en consulados, embajadas y representaciones ante organismos internacionales. Esta red diplomática, a pesar de su extensión, no puede suplir la falta de una interacción presidencial sólida.

La diplomacia, por supuesto, se teje en múltiples niveles, desde las altas esferas gubernamentales hasta los intercambios culturales y comerciales. Sin embargo, la frecuencia y la calidad de los encuentros presidenciales son un termómetro de la salud de la relación bilateral. En este sentido, la falta de visitas oficiales de mandatarios estadounidenses a México desde 2013, y la limitada presencia del anterior presidente mexicano en Estados Unidos, pintan un cuadro de distanciamiento que urge revertir.

México, por su tamaño, ubicación geográfica y la naturaleza de su relación con Estados Unidos, es un actor internacional de peso. Ignorar esta realidad, o minimizar la importancia de la relación bilateral, es un error estratégico. La nueva administración tiene la oportunidad de redefinir el rumbo, de impulsar una política exterior más activa y pragmática, que reconozca la importancia de la cooperación con Estados Unidos en un mundo cada vez más interconectado. Reconstruir la confianza y el diálogo al más alto nivel es el primer paso para aprovechar el enorme potencial de esta relación y enfrentar los desafíos compartidos de manera conjunta.

Fuente: El Heraldo de México