La violencia contra los más indefensos, contra quienes dependen completamente de nosotros para su bienestar, es un acto que estremece a la sociedad en sus cimientos. El caso de la madre en Santiago del Estero, que presuntamente intentó asfixiar a su propio hijo de apenas un año y dos meses, grabando el acto y enviándolo a su expareja, el padre del niño, nos deja sin aliento y nos obliga a reflexionar sobre la profundidad del dolor y la desesperación que pueden llevar a una persona a cometer semejante atrocidad.

El uso de la violencia como herramienta de venganza, la utilización de un ser tan vulnerable como un bebé para infligir daño a otra persona, es una muestra de la perversión a la que pueden llegar las relaciones humanas fracturadas. Las amenazas previas, los mensajes cargados de odio que el padre del menor recibió, pintan un cuadro desolador de una situación familiar que escaló a niveles inimaginables de violencia. La imagen del pequeño luchando por respirar, mientras su propia madre le presiona la cabeza contra sus piernas, es una escena que quedará grabada en la memoria colectiva como un crudo recordatorio de la fragilidad de la vida y la crueldad a la que podemos ser sometidos.

La rápida actuación del padre, al presentar las pruebas a las autoridades, fue crucial para salvar la vida del niño. La fiscal Ximena Jerez, de la Unidad de Violencia de Género e Intrafamiliar, actuó con diligencia al ordenar la detención de la madre. Que el pequeño haya quedado bajo la custodia de su abuela materna ofrece un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Sin embargo, el camino hacia la recuperación será largo y complejo, tanto para el niño como para la familia.

Este caso, lamentablemente, no es un hecho aislado. Resuena con otros episodios de violencia infantil que han conmocionado al país, como el caso de Mar del Plata, donde una bebé sufrió lesiones gravísimas a manos de la pareja de su madre, o el trágico suceso en Adrogué, donde un bebé perdió la vida a causa de los golpes recibidos. Estos casos nos interpelan como sociedad y nos obligan a preguntarnos qué estamos haciendo mal, qué mecanismos de prevención y contención están fallando.

Es imperativo fortalecer las redes de apoyo a las familias en situación de vulnerabilidad, brindar acceso a servicios de salud mental, y promover una cultura de respeto y protección de los derechos de la infancia. La justicia debe actuar con firmeza y celeridad en estos casos, aplicando todo el peso de la ley para que estos crímenes no queden impunes.

No podemos permitir que la violencia contra los niños se naturalice. Debemos alzar la voz, exigir justicia y trabajar incansablemente para construir un futuro donde todos los niños puedan crecer en un ambiente seguro y libre de violencia. La indignación que expresan los ciudadanos en las redes sociales es un reflejo del hartazgo colectivo ante estas atrocidades. Es necesario canalizar esa indignación en acciones concretas que promuevan un cambio real y duradero. El futuro de nuestros niños depende de ello.