La tensión se palpa en el aire. Cuarenta y una horas. Ese es el tiempo que el asfalto de Insurgentes y Reforma, arterias vitales de la Ciudad de México, ha sentido el peso de la desesperación, la indignación y la exigencia de justicia. Ciento cincuenta estudiantes, provenientes de la Escuela Normal Rural Mactumactzá de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, mantienen un bloqueo que paraliza el corazón de la capital. Su clamor resuena en cada pancarta, en cada grito, en cada minuto que transcurre: justicia para su compañera, fallecida el pasado 15 de mayo en circunstancias aún opacas, aún sin esclarecer.

Un manto de incertidumbre cubre el trágico suceso. ¿Qué ocurrió realmente? ¿Fue un accidente? ¿Hubo negligencia? Las preguntas se acumulan, las respuestas se diluyen en un silencio oficial que alimenta la rabia y la frustración. Los estudiantes, con la fuerza de la juventud y la convicción de la verdad, se niegan a ceder. Han viajado kilómetros, han dejado sus aulas, sus familias, sus vidas en pausa, para alzar la voz en el epicentro del poder. Exigen una investigación exhaustiva, transparente, que arroje luz sobre la muerte de su compañera y que los responsables, sean quienes sean, rindan cuentas ante la justicia.

El bloqueo, una medida extrema, refleja la magnitud de su dolor y la urgencia de su demanda. Insurgentes, una avenida acostumbrada al flujo incesante de vehículos, ahora es escenario de un clamor silencioso, un grito ahogado que busca romper la indiferencia. El Paseo de la Reforma, testigo de la historia y el progreso de la nación, hoy es testigo de la lucha de estos jóvenes que, con la valentía de David frente a Goliat, se enfrentan a la maquinaria burocrática y a la opacidad del sistema.

La ciudad, en su ritmo frenético, se ve obligada a detenerse, a prestar atención. El caos vial, las rutas alternativas, las recomendaciones de la Secretaría de Seguridad Pública –Circuito Interior, Eje 2 Norte, Avenida Chapultepec, Eje Central Lázaro Cárdenas– son un eco del bloqueo, una reverberación del clamor estudiantil que se extiende por las calles y avenidas, infiltrándose en la cotidianidad de miles de capitalinos.

Más allá de las molestias del tráfico, este bloqueo nos invita a reflexionar. Nos interpela como sociedad. Nos obliga a preguntarnos sobre el valor de la vida, sobre la importancia de la justicia, sobre la responsabilidad del Estado en la protección de sus ciudadanos. La lucha de estos 150 estudiantes no es solo por su compañera, es por todos nosotros. Es por un México donde la vida se respete, donde la verdad se busque y donde la justicia se imparta sin importar la posición social, el origen o la procedencia. ¿Hasta cuándo seguiremos siendo testigos silenciosos de la impunidad? ¿Hasta cuándo permitiremos que la voz de los jóvenes se pierda en el desierto de la indiferencia? El tiempo corre, la esperanza se agota, la justicia espera. La ciudad, en su aparente caos, escucha. El país, en su aparente calma, debe despertar.