
3 de junio de 2025 a las 10:29
Celebra un nuevo comienzo en la UP
Un cuarto de siglo impartiendo la cátedra de Derecho Internacional Público en la Universidad Panamericana me ha enseñado que cada semestre es un lienzo en blanco, una oportunidad de renovar la esperanza y de ser testigo del florecimiento de nuevas mentes. No se trata simplemente de transmitir conocimientos jurídicos, sino de ser el artífice que ayuda a construir los cimientos sobre los cuales mis alumnos edificarán su futuro. Les inculco la importancia de cultivar hábitos esenciales, pilares que sostendrán sus vidas profesionales y personales: disciplina, constancia, lealtad y un amor incondicional por su labor.
La disciplina, ese motor incansable que nos impulsa a alcanzar nuestras metas. No es solo acatar normas y reglas, sino la perseverancia que nos permite mantener el foco en nuestros objetivos, sorteando las distracciones y los obstáculos que inevitablemente se presentarán en el camino. Es la brújula que nos guía en medio de la tormenta.
La constancia, esa fuerza interior que nos impide claudicar ante la adversidad. Es la convicción de que ningún sueño es demasiado grande, ninguna montaña demasiado alta. Les advierto a mis estudiantes sobre las voces pesimistas, los "no se puede" y los "está difícil", provenientes de aquellos que, atrapados en su propia mediocridad, intentan contagiar su resignación. Les explico que la constancia es el antídoto contra la apatía, la llave que abre las puertas de la realización.
La lealtad, un valor invaluable que empieza por uno mismo. Ser leal a nuestros principios, a nuestras convicciones, nos permite afrontar cualquier desafío con la frente en alto. Es la base de la confianza, el ingrediente esencial para construir relaciones sólidas y duraderas. En el ámbito jurídico, la lealtad se traduce en un compromiso inquebrantable con la justicia y con la defensa de los derechos de aquellos a quienes serviremos.
Y finalmente, el amor por lo que hacemos. No se trata simplemente de un sentimiento, sino de una entrega total, una pasión que nos impulsa a ir más allá de lo esperado. Es la empatía que nos permite conectar con el prójimo, la bondad que nos guía en nuestras acciones, la paciencia que nos permite comprender las necesidades de quienes nos rodean.
Más allá de las leyes y los tratados internacionales, mis alumnos aprenden a ser hombres y mujeres de bien, a cultivar la felicidad y a compartirla con el mundo. Al final de cada semestre, les digo con cariño: "Soldados, misión cumplida". Comienza entonces una nueva etapa, llena de retos y oportunidades. La vida fuera del aula es un campo de batalla donde pondrán a prueba todo lo aprendido. Deberán forjar su fortaleza, su temple, su carácter. Mi papel como profesor es modesto, un grano de arena en su formación.
Pero cada grano cuenta. Y la satisfacción de verlos crecer, de verlos convertidos en profesionales competentes y comprometidos, es la mayor recompensa. El orgullo de encontrarme años después con antiguos alumnos que han alcanzado sus metas, que viven con plenitud y me recuerdan con afecto, es un sentimiento indescriptible.
La gratitud es un valor que debemos cultivar. Por eso, al concluir cada semestre, agradezco a la Universidad Panamericana y a todos mis alumnos por su paciencia, su cariño y su confianza. Espero poder seguir compartiendo mi experiencia y mi pasión por el Derecho Internacional Público durante muchos años más, contribuyendo a la formación de las futuras generaciones de abogados que, con disciplina, constancia, lealtad y amor, construirán un México mejor.
Fuente: El Heraldo de México