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2 de junio de 2025 a las 09:40
¿Sheinbaum al G7? ¿Sí o no?
La invitación de México al G7 plantea un dilema fascinante para la Presidenta Sheinbaum, una encrucijada geopolítica con ramificaciones que se extienden mucho más allá de una simple cumbre. Imaginen la escena: Kananaskis, un paisaje imponente de montañas y lagos, el escenario perfecto para una reunión de las mentes más poderosas del mundo. Allí, entre líderes de talla mundial, México tiene la oportunidad de proyectar su voz, de influir en la agenda global y de tejer alianzas estratégicas.
La posibilidad de un encuentro con el presidente de Estados Unidos, en un ambiente menos formal que el de la Casa Blanca, se presenta como una oportunidad única. Una charla informal, al margen de las rígidas agendas, podría ser la llave para destrabar temas cruciales en la relación bilateral, desde la migración hasta el comercio. Olvídense de las conferencias de prensa tensas y las declaraciones calculadas; en Kananaskis, el diálogo fluiría con la naturalidad del entorno, abriendo caminos para la cooperación y el entendimiento.
Pero la geopolítica es un tablero complejo, un juego de ajedrez donde cada movimiento tiene consecuencias. El acercamiento a Canadá, una relación que ha experimentado altibajos en los últimos años, podría revitalizar lazos comerciales y de cooperación en áreas clave como la energía y el medio ambiente. Y qué decir de la Unión Europea, un socio comercial fundamental para México. La cumbre del G7 se perfila como el escenario ideal para impulsar la modernización del Acuerdo Global, un instrumento vital para fortalecer los intercambios económicos y la cooperación en materia de innovación y tecnología.
Sin embargo, el espectro del neoliberalismo, la etiqueta que históricamente se ha asociado al G7, plantea un desafío para la imagen de la presidenta ante el ala más radical de su partido. Asistir a la cumbre podría interpretarse como una concesión a las fuerzas del capitalismo global, un paso en falso en el camino hacia la transformación social que prometió en campaña.
Y luego está la cuestión de Canadá y su primer ministro. Un apoyo explícito a Carney, en su pulso con el presidente estadounidense, podría generar tensiones con Washington, un riesgo que México, en su delicada posición geopolítica, no puede permitirse tomar a la ligera. La prioridad, parece ser, es mantener la estabilidad en la relación con su poderoso vecino del norte, incluso si eso implica sacrificar otras alianzas.
Al final, la decisión de asistir o no a la cumbre del G7 se reduce a un cálculo preciso de costos y beneficios. ¿Vale la pena arriesgar la relación con Estados Unidos por la posibilidad de estrechar lazos con otros actores globales? ¿Podrá la presidenta Sheinbaum navegar las complejas corrientes de la geopolítica internacional sin comprometer su agenda interna? El tiempo, como siempre, dirá la última palabra. Lo que es seguro es que la decisión que tome tendrá un impacto profundo en el futuro de México en el escenario global.
Fuente: El Heraldo de México