
2 de junio de 2025 a las 09:35
La tragedia de la novia: ¿libertad o destino?
La potencia trágica de Federico García Lorca resurge en los escenarios mexicanos con una renovada y urgente interpretación de Bodas de Sangre. Angélica Rogel, al frente de esta adaptación en el Foro Shakespeare, despoja al clásico de sus artificios para transformarlo en un espejo de la realidad contemporánea. No se trata de una simple representación del texto lorquiano, sino de una denuncia visceral contra las estructuras sociales y los sistemas de opresión que, aunque camuflados bajo nuevas formas, continúan aprisionando, especialmente a la mujer.
Rogel desnuda la obra hasta su esencia, presentándola como un acto de resistencia que interpela al espectador sobre las decisiones, los deseos y las libertades, o la falta de ellas. La directora, quien presenta la obra viernes, sábados y domingos hasta el 29 de junio, establece un diálogo directo entre el pasado y el presente, demostrando la vigencia perturbadora de la violencia y la opresión. "El teatro, en su forma más pura, es un acto de memoria y denuncia que desafía la idea de que el pasado pertenece a otra época”, afirma con contundencia.
La historia, casi mítica, de la novia que huye el día de su boda con Leonardo, el hombre amado perteneciente a la familia rival, se convierte en un microcosmos de las tensiones sociales que trascienden el tiempo y el espacio. El destino, ese personaje invisible pero omnipresente en la dramaturgia lorquiana, se cierne sobre los personajes conduciéndolos inevitablemente hacia la tragedia. Sin embargo, la adaptación de Rogel no se limita a replicar la obra original, sino que le otorga una nueva dimensión, más íntima y urgente.
Con un elenco de ocho actores, encabezados por Ángeles Cruz como la madre, la puesta en escena renuncia al realismo para abrazar la convención teatral. Cada actor interpreta varios personajes, construyendo con voz, gesto y cuerpo la atmósfera opresiva de un pueblo entero. No se busca imitar la realidad, sino exponer sus contradicciones, sus tensiones y sus heridas.
En esta versión, la novia alza la voz, se defiende, argumenta su inocencia. Y el público, sorprendentemente, ríe. Una risa inquietante, que revela la persistencia de prejuicios arraigados. “Esa risa es inquietante, porque seguimos sin creerle a las mujeres, seguimos juzgándolas como si tuviéramos ese derecho, mientras que a los hombres se les permite equivocarse, desear, huir”, señala Rogel. La directora pone el dedo en la llaga, desnudando la hipocresía de una sociedad que juzga con doble rasero.
Para Rogel, Bodas de Sangre no se reduce a un drama de amor frustrado, sino que representa el eterno conflicto entre el deseo y el deber, entre lo íntimo y lo social. Una tensión que atraviesa a todos, independientemente del contexto histórico. “Aunque digamos que vivimos en tiempos más libres, aún se opina sobre a quién amar, cómo vivir, con quién casarse o no, si trabajar o no, cómo alcanzar el éxito y, si lo logramos, cómo mantenerlo”, reflexiona la dramaturga. Un solo error, un paso en falso, puede convertirnos en seres “menos” a los ojos de una sociedad implacable: menos creíbles, menos buenos, menos aptos, menos capaces.
Esta lectura se ve potenciada por el trabajo de un elenco joven que aporta frescura y una energía vibrante. Actores recién egresados, llenos de ímpetu, que renuevan el lenguaje escénico con fuerza y sensibilidad. Su presencia en el escenario nos recuerda que las preguntas planteadas por Lorca siguen resonando en las nuevas generaciones.
“Lorca decía que su teatro buscaba remover y estremecer, no sólo entretener”, recuerda Rogel. Y esta Bodas de Sangre cumple con creces ese mandato. Las palabras del poeta granadino no envejecen porque los sistemas que las sostienen siguen vivos. El juicio sobre las mujeres, aunque haya mutado de forma, persiste. Y el teatro, como un espejo implacable, tiene el poder de reflejar esa realidad y de nombrarla sin tapujos.
“Si la novia hubiera podido equivocarse, si hubiera tenido permiso de seguir su deseo sin miedo al castigo, esta historia no existiría. Pero aquí estamos, casi un siglo después, contando la misma tragedia”, concluye Rogel. Una frase que resuena como un eco, un grito silenciado que atraviesa el tiempo y nos interpela a todos.
Fuente: El Heraldo de México