Desde sus humildes inicios, marcados por la caridad y la filantropía, el Trabajo Social ha recorrido un largo y complejo camino para consolidarse como la disciplina vital que conocemos hoy. Imaginen un mundo donde la miseria y la desigualdad campaban a sus anchas, donde grandes núcleos de la población se encontraban sumidos en la desesperanza. En ese contexto, nacieron los primeros destellos de lo que luego sería el Trabajo Social, impulsados por la necesidad de aliviar el sufrimiento y tender una mano a los más vulnerables. Aquel "hacer por amor a Dios" y "hacer por amor al hombre", tan arraigado en los principios de la época, sentó las bases de una profesión que, con el tiempo, trascendería la mera asistencia para convertirse en una herramienta de transformación social.

La evolución del Trabajo Social es una historia de perseverancia y lucha. De la caridad religiosa a la filantropía privada, de la beneficencia pública a la reivindicación de derechos, cada paso ha sido una conquista en la búsqueda de un reconocimiento pleno. El ascenso del nivel medio al superior, la transición del ámbito técnico al profesional, y la consolidación de la autonomía disciplinar, alejándose del cobijo de las Facultades de Derecho y Ciencias Sociales, son hitos que marcan la trayectoria de una profesión comprometida con la justicia social.

Hoy en día, el Trabajo Social se erige como un baluarte contra la desigualdad, abordando problemáticas complejas que van desde la pobreza y la exclusión hasta la promoción de la cohesión social y el fortalecimiento comunitario. En los barrios, en las familias, en los centros de trabajo, las y los trabajadores sociales se esfuerzan por tejer redes de apoyo, mediar en conflictos y empoderar a las personas para que tomen las riendas de sus vidas.

Su presencia es fundamental en un sinfín de instituciones. Desde las fundaciones que atienden a personas con adicciones hasta los juzgados de lo familiar, pasando por los centros de asistencia social, los hospitales, las clínicas y las escuelas, el Trabajo Social se despliega en una amplia gama de contextos, adaptándose a las necesidades específicas de cada población.

Sin embargo, la batalla por el reconocimiento continúa. A pesar de su invaluable contribución a la sociedad, las y los trabajadores sociales siguen luchando por una justa remuneración y por la valoración de su labor, que a menudo se ve eclipsada por otras profesiones. Es una lucha por la dignidad, por el respeto a una profesión que se entrega en cuerpo y alma a la construcción de un mundo más justo e igualitario.

El reciente proceso de renivelación del personal de Trabajo Social en el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) representa un paso alentador en esta dirección. Enmarcado en el proyecto Trato Digno, esta iniciativa busca no solo reconocer la labor de las y los trabajadores sociales, sino también potenciar su papel en la humanización de las relaciones entre el Instituto y sus derechohabientes. Es un avance significativo, aunque aún queda camino por recorrer. El futuro del Trabajo Social depende de la voluntad de las instituciones y de la sociedad en su conjunto para reconocer y valorar el aporte fundamental de esta profesión en la construcción de un futuro más humano y solidario. Es una inversión en el bienestar social, una apuesta por un futuro donde la dignidad y la justicia sean los pilares fundamentales.