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2 de junio de 2025 a las 09:35

El legado imborrable de Manuel Buendía

El eco de los disparos que acabaron con la vida de Manuel Buendía aún resuena en la Plaza del Periodista, un rincón casi olvidado en el corazón de la ciudad. Aquel 30 de mayo de 1984 no sólo se apagó la voz de un periodista incisivo, sino que se inauguró un capítulo oscuro en la historia de México, un capítulo donde la verdad se ha convertido en un laberinto de sombras y silencios cómplices. La sombra del narcotráfico se extendía ya entonces, sus tentáculos infiltrándose en las esferas del poder, tejiendo una red de corrupción que alcanzaba a políticos, militares y empresarios. Buendía, con su pluma afilada, se atrevió a descorrer el velo, a nombrar a los intocables. ¿Fue su columna "Red Privada" su sentencia de muerte? La historia, fragmentada y manipulada, no ofrece respuestas definitivas, solo un puñado de sospechas y conjeturas que alimentan la incertidumbre.

La detención de José Antonio Zorrilla Pérez, director de la Dirección Federal de Seguridad, pareció un triunfo efímero en la búsqueda de justicia. ¿Chivo expiatorio o pieza clave en la trama criminal? La condena no acalló las dudas, la verdad se escurrió entre los pliegues de un proceso judicial plagado de irregularidades. El caso Buendía se convirtió en un símbolo de la impunidad, un recordatorio doloroso de la vulnerabilidad de quienes se atreven a desafiar al poder.

Un año después, el secuestro y asesinato de Enrique "Kiki" Camarena, agente de la DEA, volvió a poner de manifiesto la intrincada relación entre el narcotráfico y las altas esferas del gobierno. El nombre de Manuel Bartlett, entonces Secretario de Gobernación, emergió de entre las sombras, manchado por acusaciones que nunca se probaron del todo, pero que lo persiguen hasta nuestros días. Las filtraciones de la DEA, los abogados contratados en Estados Unidos, todo contribuyó a crear una atmósfera de sospecha que nunca se disipó por completo.

Cuarenta años han transcurrido desde aquel fatídico día en la Plaza del Periodista, y el narcotráfico sigue siendo una herida abierta en el tejido social de México. El asesinato de Buendía se convirtió en un presagio, en el primer eslabón de una larga cadena de violencia que ha cobrado la vida de 172 periodistas desde el año 2000. Las cifras son escalofriantes, un testimonio mudo de la guerra silenciosa que se libra en las redacciones, en las calles, en los rincones más oscuros del país.

La Plaza Zarco, con su monumento en memoria de Buendía, se yergue como un símbolo de la lucha por la libertad de expresión. Un espacio descuidado, casi olvidado, que refleja la indiferencia de los gobiernos ante el sacrificio de quienes arriesgan su vida para contar la verdad. El desdén de algunos, la retórica vacía de otros, contrastan con la valentía de los periodistas que, a pesar de las amenazas, siguen buscando la verdad en un país donde las sombras del poder se extienden como una amenaza constante.

¿Se resolverán algún día los misterios que rodean el asesinato de Buendía? ¿Se hará justicia a las víctimas de la violencia que azota a México? La esperanza, aunque tenue, se mantiene viva en la memoria de quienes se niegan a olvidar, en la lucha inclaudicable por un país donde la verdad no sea silenciada por el miedo. La Plaza del Periodista, con su silencio cargado de historia, nos recuerda que la batalla por la libertad de expresión es una batalla que debe librarse cada día, con la pluma, con la voz, con la valentía de quienes se atreven a desafiar al poder.

Fuente: El Heraldo de México