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1 de junio de 2025 a las 09:20
Domina el Caos de Trump
En el intrincado escenario geopolítico que se extiende entre Moscú y Kiev, Donald Trump no se conforma con un papel secundario. Aspira a la dirección escénica, a controlar la narrativa y, por supuesto, a recibir la ovación del público. Su reciente descalificación de Vladimir Putin como "absolutamente loco" no es un simple desliz verbal, sino una pieza cuidadosamente colocada en el tablero de su estrategia: agitar las aguas para presentarse como el único capaz de calmar la tempestad. Una táctica que, desde el análisis político, se define como caos calculado.
Trump juega con fuego, sí, pero sin quemarse. Provoca tensiones, lanza dardos verbales a su adversario, deslegitima los esfuerzos diplomáticos… y acto seguido, se ofrece como el mediador indispensable, el pacificador excepcional que puede sentar a Zelensky y Putin en la misma mesa. Esta performance, característica del populismo autoritario, le permite posicionarse tanto ante el electorado conservador estadounidense como ante la comunidad internacional, proyectando una imagen de liderazgo que, hasta ahora, nadie ha logrado capitalizar.
En el fondo, la apuesta de Trump no es por la paz, sino por el poder. El conflicto ruso-ucraniano se convierte, en sus manos, en un juego de ajedrez donde puede exhibir su supuesta destreza negociadora sin asumir los costos militares o humanitarios. Recordemos su constante acercamiento al Kremlin durante su primer mandato, incluso a expensas de las instituciones de seguridad estadounidenses. Si bien ahora critica a Putin, muchos interpretan esto como un distanciamiento, pero la lógica subyacente es otra: Trump desautoriza para luego indultar, desestabiliza para luego mediar. Se erige como el árbitro de un conflicto cuya complejidad, en gran medida, ha ignorado.
Un elemento clave del discurso de Trump, heredado también por el Congreso republicano, es la amenaza de "nuevas y duras sanciones" contra Rusia si Putin no accede a un alto el fuego. Sin embargo, este gesto es más simbólico que efectivo. Desde 2014, las sanciones no han logrado frenar la política exterior rusa en Ucrania. Y desde 2022, a pesar de su intensificación, Rusia ha demostrado una sorprendente capacidad de adaptación económica: ha reorientado su comercio hacia China, India y Turquía; ha consolidado mecanismos alternativos al sistema SWIFT, como el SPFS; mantiene importantes reservas en oro y yuanes, lo que amortigua la presión del dólar; y su producción militar se ha duplicado en 2024, financiada por los ingresos energéticos que siguen fluyendo gracias a compradores no occidentales.
Lejos de colapsar, la economía rusa ha mostrado una resiliencia inesperada. Su PIB cayó apenas un 1.5% el año pasado, y la narrativa interna, alimentada por el nacionalismo y la victimización frente a Occidente, continúa fortaleciendo el apoyo a Putin. Las sanciones, en lugar de amedrentar al Kremlin, le sirven como combustible para avivar el patriotismo ruso. Y Trump lo sabe, aunque las utilice como arma retórica para su electorado.
El cinismo de Trump se vuelve evidente al analizar sus posturas contradictorias. Quien hoy acusa a Putin de irracionalidad, es el mismo que en 2018 minimizó la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses. El mismo que, en su primer mandato, desacreditó a la OTAN mientras lanzaba guiños a Moscú.
Ahora, frente a una guerra que ha trascendido los límites regionales, pretende transformarse en un árbitro imparcial. Pero su retórica sigue estando al servicio de sus intereses electorales, no de la resolución del conflicto. Apuesta por una paz rápida, sí, pero sin justicia, sin memoria histórica y sin un compromiso real con los principios del derecho internacional.
Trump, al parecer, no busca desactivar el conflicto, sino capitalizarlo. El problema no es solo que insulte a Putin, sino que lo hace sin una estrategia de fondo, más allá del cálculo electoral. En última instancia, la narrativa trumpista no ofrece soluciones sostenibles, sino espectáculos de autoridad. Y eso, para un conflicto tan complejo como el de Ucrania, es más peligroso que cualquier misil.
Fuente: El Heraldo de México