La tragedia ha teñido de luto el amanecer en la Ciudad de México. Dos jóvenes, cuyas vidas apenas comenzaban a desplegarse, encontraron un final abrupto en el asfalto del Periférico. El silencio de la madrugada fue roto por el estruendo del impacto, un sonido que resonará en la memoria de quienes presenciaron la escena. A la altura de la alcaldía Magdalena Contreras, en el frío concreto del segundo piso, la velocidad y la falta de precauciones se conjugaron en una ecuación fatal. Una columna, inamovible, se convirtió en el último obstáculo en el camino de estos jóvenes, cuyas edades oscilaban entre los 20 y 25 años.

El exceso de velocidad, un fantasma recurrente en las calles de nuestra ciudad, se erige una vez más como un factor determinante en este trágico suceso. La adrenalina, la prisa, la ilusión de la libertad sin límites, a menudo se transforman en una trampa mortal. Las motocicletas, vehículos que ofrecen una sensación única de movilidad y agilidad, también representan una vulnerabilidad innegable ante la fuerza bruta del impacto. La ausencia de las medidas de seguridad adecuadas, como el uso del casco, multiplica exponencialmente el riesgo de sufrir lesiones graves o, como en este caso, perder la vida.

Los paramédicos del Escuadrón Coloso, acostumbrados a lidiar con la crudeza de la realidad, llegaron al lugar de los hechos para confirmar lo inevitable. Dos jóvenes cubiertos por la blanca sábana, un símbolo desgarrador de la fragilidad de la existencia. Mientras la ciudad despertaba, ajena al drama que se había desarrollado en la oscuridad, los peritos de la Fiscalía General de Justicia iniciaban la labor de recabar evidencias, buscando las piezas del rompecabezas que permitan reconstruir los últimos instantes de estas vidas truncadas.

Este accidente nos confronta con una dolorosa estadística: la creciente cifra de víctimas fatales en accidentes de tránsito en la Ciudad de México. Las 124 personas fallecidas durante el primer trimestre de 2024 son un llamado a la reflexión, una exhortación a la responsabilidad individual y colectiva. No son simples números, son historias, familias destrozadas, sueños que se desvanecen en un instante. ¿Cuántos jóvenes más tendrán que perder la vida antes de que tomemos conciencia de la importancia de respetar las normas de tránsito, de priorizar la seguridad por encima de la velocidad?

La noticia se propaga a través de las redes sociales, acompañada de la etiqueta #QEPD, un lamento digital que expresa la consternación colectiva. Imágenes que capturan la escena del accidente circulan en la web, un recordatorio gráfico de la tragedia. Las autoridades capitalinas tienen la responsabilidad de investigar a fondo las circunstancias del accidente y deslindar responsabilidades. Pero más allá de las investigaciones y las sanciones, es crucial que como sociedad asumamos un compromiso real con la seguridad vial. La educación, la prevención y la concientización son las herramientas que nos permitirán construir un futuro donde las calles dejen de ser escenario de tragedias como ésta.

La ciudad sigue su ritmo frenético, ajena al dolor de las familias que hoy lloran la pérdida de sus seres queridos. Que este lamentable suceso sirva como un llamado a la prudencia, a la responsabilidad, a la empatía. Que cada vez que nos subamos a un vehículo, recordemos la fragilidad de la vida y la importancia de cuidarla. Que el recuerdo de estos dos jóvenes nos inspire a construir una ciudad más segura para todos.