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31 de mayo de 2025 a las 06:30
ICE: Niño consuela a su madre
La angustia se palpaba en el aire, un nudo en la garganta de todos los presentes. El llanto desconsolado de Érika Quiroz resonaba contra los muros impasibles de la Corte de San Antonio, Texas. Acababa de salir de una cita legal, con la esperanza quizá latiendo aún en su pecho, cuando la realidad la golpeó con la fuerza de un mazazo: agentes de ICE la detenían, la arrancaban de su vida, de su hijo. La escena, grabada en un video que rápidamente se viralizó, es un puñal directo al corazón.
Érika, hondureña, se desploma sobre el pavimento, presa del pánico. La falta de aire, el temblor en su cuerpo, la desesperación en sus ojos… "No me quiero morir," suplica, con la voz entrecortada por el llanto. Y en medio de ese torbellino de emociones, un pequeño héroe emerge. Su hijo, un niño cuya identidad permanece protegida, se aferra a ella con una fuerza que desmiente su corta edad. "Tranquila… ¡Mamá, tranquila! Aquí estoy yo," le repite una y otra vez, con una madurez impuesta por la crueldad de la circunstancia. Un abrazo que intenta contener el mundo, un consuelo infantil frente a la maquinaria implacable de la deportación.
La frialdad del procedimiento contrasta con el calor del abrazo. Los agentes de ICE, impávidos, parecen inmunes al drama que se desarrolla ante sus ojos. Ninguna intervención, ninguna muestra de empatía. Es una periodista, testigo del desgarrador momento, quien finalmente ofrece un poco de agua a la angustiada madre. La indignación se extiende como la pólvora entre activistas pro-inmigrantes. ¿Cómo es posible tanta insensibilidad? ¿Dónde queda la humanidad frente a la aplicación inflexible de la ley?
La nueva ley migratoria de Estados Unidos, con sus metas ambiciosas de deportar a miles de personas al día, se cierne como una espada de Damocles sobre la comunidad inmigrante. En Texas, el operativo especial desplegado en mayo frente a la Corte ha sembrado el terror. Las redadas, como la que atrapó a Érika, se han convertido en una constante, dejando a su paso un reguero de familias destrozadas y sueños truncados.
El caso de Érika y su hijo es un crudo reflejo de la crisis humanitaria que se vive en la frontera. Un recordatorio de que detrás de las cifras y las estadísticas hay personas, historias de vida, anhelos y miedos. La imagen del niño consolando a su madre, grabada a fuego en la memoria colectiva, se convierte en un símbolo de la lucha por la dignidad, por el derecho a una vida mejor, por la esperanza que, a pesar de todo, se niega a morir. ¿Hasta cuándo seguiremos siendo testigos de estas escenas? ¿Cuándo prevalecerá la compasión sobre la rigidez de la ley? La respuesta, por ahora, se pierde en el eco de los llantos y la incertidumbre del futuro.
Fuente: El Heraldo de México