Logo
NOTICIAS
play VIDEOS

Inicio > Noticias > Ciclismo

31 de mayo de 2025 a las 02:46

Descubre la magia: Rodadas nocturnas CDMX

La noche se cernía sobre la Ciudad de México, pintando el Zócalo con las sombras alargadas de los edificios históricos. A las 19:00 horas en punto, el primero de nosotros llegaba al punto de encuentro, ese cruce mágico entre la Plaza de la Constitución y el inicio de la calle 20 de Noviembre. Sacó su celular, una sonrisa iluminó su rostro al leer algún mensaje del grupo de WhatsApp. “Aquí estoy, como siempre, los espero”, tecleó. Poco a poco, el resto del grupo fue llegando, cada uno con su propia historia que contar. Las conversaciones previas a la rodada giraban en torno al universo de las dos ruedas: las mejoras en sus bicicletas, alguna ganga online para un nuevo cuadro, o la inevitable anécdota del encontronazo con algún conductor imprudente, casi siempre un taxista o un motociclista.

Nuestro grupo, formado en diciembre de 2024, no tiene un líder designado, pero por alguna razón, desde entonces, he asumido el rol de vocero. Así que, al ver llegar a Steven, una de nuestras incorporaciones más recientes, le recordé que debía estar listo para la salida. Esta advertencia no era gratuita. En rodadas anteriores, habíamos tenido que retrasar la partida por las maniobras de Steven, un joven colombiano que necesitaba meticulosamente guardar sus pertenencias, ajustar su casco y encender las luces de su bici.

Nuestro destino: "La Ruta del Héroe", un circuito que nos permitía conectar Ciudad Universitaria con el Colegio de Ciencias y Humanidades Sur, pasando por Six Flags. Una ruta predilecta por sus desafiantes subidas recompensadas con bajadas que permitían alcanzar velocidades emocionantes. A las 20:25, con la llegada del último ciclista, estábamos listos para partir. Repasamos las señales de mano, cruciales para coordinar nuestros movimientos en el tráfico, y recordamos las reglas básicas de seguridad, especialmente a los nuevos integrantes. Una rápida prueba de radio, el encendido de las luces y… ¡en marcha!

Tomamos José María Pino Suárez para conectar con Calzada de San Antonio Abad, que después del Metro Viaducto se transforma en Calzada de Tlalpan. A pesar de estar prohibido, los autos estacionados en el lado derecho de la vialidad son un obstáculo habitual. Para evitar el constante zigzagueo entre carriles, decidimos abandonar el carril exclusivo para ciclistas y avanzar por el segundo carril, incluso por el tercero cuando nos encontrábamos con autos en doble fila. El Reglamento de Tránsito de la Ciudad de México nos ampara en esta maniobra, ya que solo nos prohíbe circular por el carril izquierdo y los carriles confinados. Sin embargo, esto no impide que algún conductor despistado nos lance una mirada reprobatoria, un bocinazo o incluso alguna grosería.

Las intersecciones son puntos críticos, sobre todo las cercanas a las estaciones del metro. Ahí entran en acción los "bloqueadores", Diego y Jabs en esta ocasión, encargados de impedir el paso de los autos hasta que todo el grupo haya cruzado con seguridad. Esta estrategia, vital para mantener la cohesión del grupo, se aplica solo en cruces particularmente conflictivos como Cumbres de Maltrata, Eje 3 o las inmediaciones de la estación Ermita. Evitamos cualquier confrontación con los automovilistas. Si no hay agresión directa o daño a alguno de nosotros, simplemente lo ignoramos. Con los motociclistas, sin embargo, la historia es diferente. Su velocidad nos impide cualquier tipo de interacción. Nos intriga su insistencia en pasar rozándonos a toda velocidad, a pesar de la obligación de mantener una distancia de metro y medio al rebasar, según el Artículo 8 del Reglamento de Tránsito. Sospechamos que buscan intimidarnos, pero ante la imposibilidad de hacer algo al respecto, simplemente dejamos pasar esta muestra de violencia vial y continuamos nuestro camino.

El tráfico a veces nos obliga a modificar la ruta. Esta vez, la fluidez del tránsito nos permitió seguir por Calzada de Tlalpan hasta llegar a Miguel Ángel de Quevedo, una avenida que durante el día se transforma en una verdadera jungla para los ciclistas. La velocidad de los autos, los estacionamientos en doble fila, el transporte público agresivo y los automovilistas impacientes que rebasan sin precaución convierten esta vía en un desafío. Irónicamente, muchos de estos conductores terminan detenidos unos metros más adelante, esperando el cambio de semáforo. Por fortuna, la noche trae consigo una relativa calma.

Continuamos por Prolongación de Moctezuma y de ahí a Cerro del Agua, donde los novatos comienzan a sentir el rigor de la ruta. A pesar de haber mantenido un ritmo de 34 km/h en Calzada de Tlalpan, las primeras subidas ponen a prueba su resistencia. Mientras los más experimentados ajustan las marchas y suben con fuerza, los menos acostumbrados se ponen de pie sobre los pedales, buscando un mayor impulso. Al llegar a Ciudad Universitaria, nos recibe la imponente Facultad de Medicina y, como es costumbre, un semáforo en rojo. Aprovechamos la pausa para reagruparnos y repasar las indicaciones. Una vez que el semáforo nos da el paso, nos incorporamos al flujo vehicular de C.U.

Generalmente, circulamos por el carril izquierdo y luego nos desplazamos al costado del carril exclusivo del Pumabús. Aunque este espacio es mucho más seguro, su uso está restringido a los autobuses, y nuestra presencia podría afectar el transporte de los estudiantes. La subida desde la División de Ciencias Básicas hasta Trabajo Social es constante y empieza a dejar huella en los rostros de algunos. Paramos en el paradero para hidratarnos y recuperar el aliento. "Ahora sí viene lo bueno", les advertimos, una frase que se ha convertido en un clásico del grupo.

Continuamos como si nos dirigiéramos a Rectoría, pero al llegar a la parada del Pumabús del campo de prácticas, giramos a la izquierda para tomar el Circuito Zona Deportiva. Aquí es donde los novatos se gradúan a la categoría de “novatos con punch”. La única regla: no bajarse de la bici. Este tramo, frente al Estadio de Beisbol C.U., tiene una longitud de 1.4 kilómetros, de los cuales aproximadamente 600 metros son de subida continua. Pocos logran superarlo en su primer intento. Cada uno aplica su propia estrategia: algunos bajan todas las marchas y pedalean con furia, otros mantienen la calma y avanzan lentamente, y algunos más suben impulsados por el orgullo. En este tramo, las reglas se relajan: cada uno puede avanzar a su propio ritmo, la única condición es esperar en la cima hasta que llegue el último. Trejo, nuestro "barredora" de esta noche, se encarga de que nadie se quede atrás. Su función es crucial: si alguien sufre una ponchadura o cualquier desperfecto mecánico, avisa por radio. Esta vez, no hubo incidentes, y Trejo llegó a la cima unos minutos después del primero, esperando pacientemente a uno de los chicos que estaba a punto de colapsar por el esfuerzo.

Aunque el ascenso fue agotador, los rostros reflejaban la satisfacción del logro. "¿Ya están cansados?", pregunté. Un "no" unánime resonó en el grupo. Tras una breve pausa de 20 segundos, era hora de reclamar su recompensa: una bajada emocionante con una inclinación constante, que permitió a algunos alcanzar velocidades de hasta 50 km/h. A esas horas de la noche, la zona es tranquila, lo que nos permite disfrutar de la velocidad con relativa seguridad. Nos reagrupamos cerca del punto de partida de la subida y nos dirigimos hacia la Facultad de Ciencias.

El circuito Mario de la Cueva nos condujo hacia la zona de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Como en el tramo del estadio de beisbol, cada uno podía subir a su propio ritmo. Les indiqué que debían esperar en el Espacio Escultórico, una instrucción que, como siempre, fue ignorada. Todos terminaron esperándome en la glorieta que da acceso al Museo Universitario de Arte Contemporáneo. La indicación se ha convertido en una broma interna del grupo. Habitualmente, damos una vuelta por la Unidad de Posgrados, la Dirección General de Servicios Generales, la salida hacia Eje 10 Sur y el MUAC, pero esta vez decidimos omitir esa parte, considerada como un descanso, para enfocarnos en el siguiente reto: CCH Sur. En ocasiones, los vigilantes de la UNAM nos interceptan para preguntarnos sobre nuestra ruta. A veces nos escoltan, otras simplemente nos monitorean. Esta vez, nos dejaron pasar sin mayor inconveniente.

El penúltimo destino, el Colegio de Ciencias y Humanidades Sur, esperaba con sus tres kilómetros de subida implacable. Los novatos, pensando haber superado lo peor, se enfrentaron a un nuevo desafío. Entre ellos, Zoé, un joven de casi dos metros de altura que se desplazaba en una bicicleta rodada 26. A pesar de su dificultad con las subidas, Zoé había desarrollado una estrategia: pedaleaba con todas sus fuerzas para adelantarse al grupo y, al llegar a las partes complicadas, se tomaba su tiempo para continuar. De esta manera, lograba mantenerse al ritmo del grupo, generalmente en el tercer o cuarto lugar.

La subida al CCH Sur comienza con un falso plano, engañosamente suave, pero en el último tercio la pendiente se vuelve brutal. Muchos llegaron jadeando a la cima, otros con la respiración controlada. Los 16 participantes de la rodada sentían el cansancio acumulado. Les propuse regresar por Paseos del Pedregal, una ruta más suave, pero la respuesta fue unánime: querían conquistar la cima final, Six Flags. Nos incorporamos a Paseos del Pedregal y giramos a la izquierda. El tramo más peligroso del recorrido nos esperaba en la intersección con Periférico. Mi experiencia de 30 años viviendo en Tlalpan me ha enseñado que los conductores de esta zona no son muy amigables con los ciclistas. Muchos desconocen el Artículo 17 del Reglamento de Tránsito, que nos permite ocupar un carril completo, y nos rebasan peligrosamente, tocando el claxon para intimidarnos. Algunos ciclistas optan por circular por el acotamiento, una opción extremadamente peligrosa debido a los canales de desagüe construidos para controlar las inundaciones. Un movimiento en falso podría significar una caída con graves consecuencias. A pesar del cansancio, la pendiente pronunciada y el peligro constante, todos perseveraron, llegando finalmente al parque, aunque con tiempos muy dispares.

Era el momento de inmortalizar la hazaña. Diego sacó la bandera del grupo, nos acomodamos y posamos para la foto. Habíamos alcanzado la meta, pero la aventura no terminaba ahí. Regresar por el mismo camino no era una opción atractiva, así que recurrimos a la democracia. Pregunté quiénes preferían regresar por Paseos del Pedregal. Nadie levantó la mano. Luego pregunté por Periférico. Todos respondieron con una sonrisa y el brazo en alto. Periférico sería.

Aunque las subidas habían sido el mayor desafío hasta el momento, la bajada por Periférico, aunque divertida, no sería fácil. Podríamos haber bajado junto con los autos, pero la experiencia nos había enseñado que la mejor opción era esperar el semáforo en rojo para tener unos segundos de ventaja y la avenida para nosotros solos. Bajamos desde la carretera Picacho Ajusco, esquivando los baches, y nos incorporamos a Periférico. Avanzamos hasta Perisur, donde nos reagrupamos y comprobamos que todos estuvieran bien. Esperamos a Chuy, que venía remolcado por Trejo, y comenzamos la parte más dura del regreso.

Utilizamos el trébol de Periférico para incorporarnos a Insurgentes y continuamos por un tramo recto. Si todos tuvieran la energía del inicio, sería un paseo, pero el cansancio comenzaba a pasar factura. A pesar de ser bajada, algunos se rezagaron. Eli subió a guiar conmigo para indicarme los baches más peligrosos y pedirme que redujera la velocidad. Bajamos a 30 km/h y nos incorporamos al circuito universitario frente a Rectoría. Desde ahí, algunos ciclistas, que vivían cerca o preferían una ruta más sencilla, comenzaron a despedirse. Tomamos avenida Copilco hasta el semáforo cercano al Metro. Giramos a la izquierda para retomar Cerro del Agua y luego Miguel Ángel de Quevedo. Con menos tráfico, los chicos se sentían más relajados. Seguimos circulando por el segundo carril, pero con mayor tranquilidad.

Al llegar al puente de Taxqueña, nos despedimos de Trejo y le pedimos a Diego que asumiera el rol de barredora. Nos incorporamos a Calzada de Tlalpan. El trayecto era simple: seguir en línea recta. Sin embargo, las piernas de Zoé comenzaban a flaquear. Reducimos la velocidad para mantener la cohesión del grupo. Las agresiones y los bocinazos eran mínimos, lo que nos permitió circular con relativa calma. Mantuvimos una velocidad de 30 km/h, reduciéndola en las subidas para esperar a los que se rezagaban. Al llegar a Viaducto, me despedí del grupo. Era el punto más cercano a mi casa. Cinco ciclistas continuaron hasta el Zócalo.

Al finalizar la rodada, todos se reportaron en el grupo de WhatsApp. Algunos agradecieron la ruta, otros comentaron el esfuerzo realizado, y algunos ya planeaban un nuevo desafío para la siguiente semana. Dos veces por semana, retos cada vez mayores. Así avanzamos los ciclistas urbanos en la CDMX, conquistando las calles y superando nuestros límites.

Fuente: El Heraldo de México