
29 de mayo de 2025 a las 23:15
Castigo a los piquetes en el transporte público de CDMX
La sombra de la incertidumbre y el miedo ha comenzado a cernirse sobre los usuarios del transporte público en la Ciudad de México. Una nueva forma de agresión, silenciosa y cobarde, se ha propagado en las últimas semanas: el pinchazo. Imaginen la angustia de sentir un piquete repentino, la incertidumbre de no saber qué sustancia se ha introducido en su cuerpo, el temor a las consecuencias desconocidas. Esta realidad, antes impensable, se ha convertido en el pan de cada día para muchos capitalinos, quienes ahora miran con recelo a quienes les rodean en el Metro o el Metrobús, espacios antes considerados zonas de convivencia, ahora transformados en potenciales escenarios de peligro.
Ante la creciente ola de denuncias y la palpable preocupación ciudadana, el Congreso capitalino ha dado un paso al frente. Con una votación contundente, se ha aprobado la tipificación del delito de pinchazo en el Código Penal para el Distrito Federal. Una medida que busca, no solo castigar a los agresores con penas de dos a cinco años de prisión y multas significativas, sino también enviar un mensaje claro: la violencia en cualquiera de sus formas no será tolerada. Este es un triunfo para la sociedad, una respuesta a la demanda de seguridad y justicia, un paso hacia la recuperación de la tranquilidad en los espacios públicos.
Sin embargo, la aprobación de esta reforma es solo el primer paso en un camino largo y complejo. Si bien la ley es una herramienta fundamental, no es suficiente por sí sola. Es imperativo que las autoridades implementen estrategias efectivas para prevenir estos ataques, desde la vigilancia en el transporte público hasta campañas de concientización que empoderen a la ciudadanía para identificar y denunciar estos actos. Es crucial, además, investigar a fondo cada caso, no solo para llevar a los responsables ante la justicia, sino también para comprender las motivaciones detrás de estas agresiones y así poder erradicarlas de raíz.
El diputado Alberto Martínez Urincho, al presentar la propuesta, habló de la evolución de la criminalidad, de la necesidad de adaptar las leyes a las nuevas formas de violencia. Y tiene razón. La sociedad cambia, los desafíos se transforman, y las instituciones deben estar a la altura de las circunstancias. El pinchazo es una muestra de la perversidad que puede alcanzar la violencia, una forma de agresión que atenta contra la integridad física y emocional de las personas, que siembra el terror y la desconfianza.
La adición de un capítulo específico en el Código Penal para abordar este delito es un acierto, un reconocimiento de la gravedad del problema. La posibilidad de incrementar las penas en casos de agravantes, como el uso de sustancias psicotrópicas o ataques a grupos vulnerables, refuerza el compromiso de proteger a los más expuestos.
No obstante, más allá de las leyes y las sanciones, es necesario un cambio cultural profundo. Una sociedad que respeta la autonomía corporal, que rechaza cualquier forma de violencia, que promueve la empatía y la solidaridad. Este es el verdadero reto, la construcción de una ciudad donde todos puedan sentirse seguros, donde el miedo no sea el compañero de viaje en el transporte público, donde la justicia y la tranquilidad sean la norma. La aprobación de esta reforma es un paso importante, pero la lucha contra la violencia apenas comienza.
Fuente: El Heraldo de México