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25 de abril de 2025 a las 09:45

¿Monterrey, la ciudad del ridículo?

La promesa de un Monterrey imponente, un titán del fútbol mexicano, se desmorona ante la realidad. Lo que se nos vendió como una potencia construida a base de talento y billetera, se revela como un castillo de naipes, frágil y vulnerable a las intrigas internas. Las grillas y la inestabilidad corroen los cimientos de un equipo que, a pesar de aspirar a las estrellas, tropieza con sus propios pies. El caso de Sergio Ramos, un nombre que resonó con la promesa de grandeza, se convierte en un símbolo de la desconexión entre la ambición desmedida y la realidad del terreno de juego. No basta con atraer figuras internacionales si no se logra cultivar un compromiso genuino con la camiseta, con la afición que anhela la victoria.

La directiva, en lugar de orquestar una sinfonía de talento, parece dirigir un caos silencioso. La incapacidad para controlar los vestuarios, las filtraciones a la prensa, son síntomas de una enfermedad que carcome al equipo desde adentro. Y es una ironía cruel que ahora se lamenten de las mismas voces que antes utilizaron para construir su imagen de poder. ¿Cómo reclamar a los periodistas que revelan las grietas, si antes fueron cómplices de su construcción?

El horizonte inmediato pinta un panorama sombrío. El Play-In contra Pachuca, un rival que ya ha probado la amargura de la derrota a los Rayados, se presenta como un juicio implacable para Demichelis. La sombra de la eliminación de la Liguilla se cierne sobre él, un fantasma que lo acecha a un mes del Mundial de Clubes, un torneo en el que las expectativas de gloria se desvanecen con cada tropiezo.

La historia de Monterrey se convierte en una parábola sobre la malversación de recursos, un ejemplo de cómo una inversión millonaria puede naufragar en un mar de malas decisiones. Un proyecto que prometía solidez y brillo internacional se tambalea al borde del ridículo, no solo a nivel nacional, sino ante la mirada del mundo entero.

El posible cambio de timón, con la llegada de Julen Lopetegui o cualquier otro entrenador, se antoja como un parche tardío, una solución desesperada que difícilmente curará las heridas profundas. La directiva, presa de su propia soberbia, parece incapaz de reconocer que el problema no se limita al banquillo. Si Demichelis se va, no debe irse solo. Debe acompañarlo la cúpula directiva que ha inflado el presupuesto sin lograr infundir el espíritu de equipo, la pasión que convierte a un grupo de jugadores en una fuerza imparable.

Monterrey, el gigante que prometía conquistar el mundo, se encuentra al borde del precipicio. Un papelón histórico amenaza con manchar el nombre de una institución que se ha creído grande, pero que, en su interior, alberga las semillas de su propia destrucción. La afición, testigo impotente de este drama, espera un milagro que revierta el destino, que transforme la decepción en alegría. Pero la realidad, implacable, se impone. El tiempo se agota y la sombra de la vergüenza se alarga sobre el estadio. ¿Será capaz Monterrey de levantarse de las cenizas o se consumirá en el fuego de sus propias contradicciones?

Fuente: El Heraldo de México