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25 de abril de 2025 a las 09:20

Francisco y el equipo

La partida del Papa Francisco ha dejado un vacío inmenso, no solo en el ámbito espiritual, sino también en el terreno social y, particularmente, en el mundo del trabajo. Su figura trascendió las barreras del dogma religioso para erigirse como un defensor incansable de la justicia social y los derechos laborales, una voz que resonaba con fuerza en los oídos de la clase trabajadora global y que encontraba eco especial en la realidad mexicana.

Más allá de la fe, Francisco se presentaba como un aliado de quienes día a día construyen con su esfuerzo la grandeza de las naciones. Su constante diálogo con los movimientos obreros organizados, especialmente en Italia y Argentina, tejía puentes entre la Iglesia y el mundo del trabajo, construyendo una agenda común centrada en la dignidad laboral, la justicia social y la igualdad de género. Recordemos aquellos encuentros en el Vaticano con delegaciones sindicales, donde los representantes de los trabajadores tenían acceso directo al pontífice, instaurando un canal de comunicación directo y sin intermediarios.

El encuentro con la CGT argentina en septiembre del año pasado ejemplifica la cercanía de Francisco con las bases obreras. En esa reunión, no solo se fortaleció el vínculo histórico entre la Iglesia y el peronismo, sino que se reafirmó la importancia de la unidad, la defensa del trabajo digno y la reivindicación del rol de la mujer en el ámbito laboral, un mensaje que resonaba con la lucha histórica del movimiento obrero argentino.

La defensa del trabajo no se limitaba a encuentros privados, sino que se convertía en un tema recurrente en sus discursos públicos. Sus palabras ante la Confederación General Italiana del Trabajo, en diciembre de 2022, resonaron con fuerza en el mundo sindical: “No hay sindicato sin trabajadores y no hay trabajadores libres sin sindicato”. En un mundo dominado por la tecnocracia, Francisco alertaba sobre las decepciones en materia de justicia laboral y llamaba a recuperar el valor del trabajo como espacio de realización personal y fraternidad.

Su visión iba más allá de la reivindicación económica. Para Francisco, el trabajo era la base de la democracia y la dignidad humana. Un trabajo que surge "desde abajo", desde la cotidianidad, conectando a las personas con proyectos económicos y políticos. En esa red de esfuerzos, talentos y compromisos, se construye una comunidad de destino, una verdadera ciudadanía activa donde la dignidad del individuo se entrelaza con el bien común. Este "tejido fino" no se gesta en las altas esferas del poder, sino en las fábricas, los campos, las aulas, las oficinas, en el día a día de quienes con su labor construyen la sociedad.

Bergoglio entendía la importancia del sindicato como escuela de valores, como espacio para comprender el sentido del trabajo, la organización obrera y la defensa común de los iguales. Su visión trascendía la mera reivindicación salarial para adentrarse en la formación de una clase trabajadora consciente de su rol transformador en la sociedad.

Denunciaba las obscenas desigualdades económicas y sus inevitables costos humanos, criticando la lógica de la ganancia inmediata a costa de la dignificación del trabajo. Su pensamiento, con una clara afinidad con la socialdemocracia, reconocía en los sindicatos y movimientos obreros a verdaderos expertos en solidaridad. Sin embargo, advertía sobre el peligro del "individualismo colectivista", la tentación de centrarse únicamente en los intereses de los agremiados, olvidando al resto de la clase trabajadora y a los más vulnerables. Un llamado a la solidaridad que trasciende las fronteras sindicales, una exhortación que resuena con la premisa mexicana de "primero los pobres".

Francisco nos deja un legado de lucha por la justicia social y la dignidad del trabajo. Independientemente de las creencias individuales, la sociedad necesita más líderes con su visión, capaces de tender puentes entre diferentes sectores y de alzar la voz por aquellos que construyen con su esfuerzo un mundo más justo. Su ausencia física se convierte en un llamado a continuar su labor, a seguir tejiendo esa red de dignidad que da vida a la democracia.

Fuente: El Heraldo de México