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24 de abril de 2025 a las 05:05

Unidos en la diferencia: ¿Es posible?

En un mundo hiperconectado, la paradoja de la polarización nos acecha. A pesar de la facilidad de comunicación, la distancia entre nosotros crece a un ritmo alarmante. Un estudio reciente de LYCC revela un aumento cercano al 40% en los índices de polarización, un dato que se refleja en la televisión, las noticias y nuestras interacciones cotidianas. Hemos perdido el arte del diálogo, la capacidad de escuchar al otro, de admitir nuestros propios errores. Nos refugiamos en la comodidad de las posturas radicales, descalificando a quien piensa diferente en lugar de buscar el consenso. Nos creemos libres, pero en realidad estamos encadenados a la opinión de la mayoría, a la tribu a la que pertenecemos. Como advertía Hannah Arendt, esta soledad impuesta se convierte en el caldo de cultivo perfecto para el totalitarismo, para la coacción del pensamiento y la anulación de la crítica.

Nos hemos olvidado de que somos seres de palabra, con la capacidad única del diálogo, de ir "a través de" hacia el otro. Huimos de la conversación, renunciando al poder transformador que, según Gadamer, reside en ella, un poder equiparable al de la amistad. ¿Qué mayor desgracia que desaprovechar este don exclusivo, la capacidad de hablar, escuchar y comprender?

Nos resulta más sencillo segregar y rechazar lo diferente, enviarlo al polo opuesto, que integrarlo y armonizarlo. Olvidamos que la armonía, al igual que el diálogo, es una actividad inherente al ser humano, y que en ella reside la belleza. George Steiner definía la belleza como el punto de encuentro de las diferencias, la unión de culturas, tiempos y lenguajes a través de la armonía. ¿Por qué entonces insistimos en dividir cuando nuestra naturaleza nos impulsa a unir? La esperanza no está en ganar discusiones, sino en la capacidad de mirar lo distinto y reconciliarlo.

Compartimos similitudes fundamentales, la más evidente de ellas, nuestra mortalidad. Desde esta base común, independientemente de nuestras opiniones y creencias, podemos construir un entendimiento que nos conduzca a una realidad menos conflictiva. Además, debemos recordar que somos ejemplos vivientes para los demás, que nuestras acciones dejan una huella imborrable en quienes nos rodean. Como señala Emmanuel Lévinas, esta ejemplaridad no se refiere a un modelo moral a seguir, sino a la responsabilidad infinita que tenemos frente al otro, lo que nos convierte en ejemplos de ética y humanidad. Si somos conscientes de nuestra interdependencia, ¿por qué no proyectar una imagen que inspire la reconciliación? Ser un modelo no implica ser perfecto, sino ser un motor para los demás.

Vivir el diálogo, la escucha y la sinceridad es, en palabras de Gomá, predicar con el ejemplo, el único lenguaje capaz de llegar a la conciencia y al corazón. Reflexionar antes de publicar, ser críticos con lo novedoso y ejercitar la comprensión son acciones concretas, aunque desafiantes, que podemos implementar en nuestro día a día. En un mundo fragmentado, los pequeños pasos pueden obrar milagros. No esperemos a que la polarización nos consuma, construyamos puentes en lugar de muros y recordemos que la unidad, en la diversidad, es la clave para un futuro más esperanzador.

Fuente: El Heraldo de México