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24 de abril de 2025 a las 10:05

Un adiós a Francisco: Esperanza en Acción

La partida del Papa Francisco nos deja un cúmulo de emociones y reflexiones. Su pontificado, desarrollado en el seno de una institución milenaria y a menudo percibida como inflexible, se caracterizó por una apertura inusual, un soplo de aire fresco que removió los cimientos de la Iglesia Católica. Su mensaje, centrado en la ternura, la inclusión y la misericordia, resonó con fuerza en un mundo sediento de compasión y justicia social. Francisco supo tender puentes hacia las "periferias existenciales", dando voz a quienes históricamente habían sido silenciados: migrantes, pobres, personas LGBTQ+, víctimas de la cultura del descarte y de un sistema económico que prioriza el lucro sobre la dignidad humana.

Recordamos sus palabras conmovedoras: "Nadie debe ser condenado por quién ama". Su llamado a las familias a no rechazar a sus hijos e hijas LGBTQ+ y su gesto de recibir a personas trans en el Vaticano marcaron un hito en la historia de la Iglesia. Francisco nos demostró que el diálogo y la empatía son herramientas poderosas para construir un mundo más inclusivo. Su crítica al capitalismo salvaje, que excluye y mata, nos invita a repensar nuestro modelo económico y a buscar alternativas más justas y sostenibles.

Es cierto que, para quienes luchamos por la igualdad de género y los derechos de la diversidad sexual, su voz a veces se quedó corta ante la urgencia de las demandas. La plena igualdad de género dentro de la Iglesia, el reconocimiento de los derechos de las personas trans y el acceso equitativo de las mujeres a los espacios de decisión siguen siendo asignaturas pendientes. Sin embargo, sería injusto no reconocer los avances logrados bajo su liderazgo. Francisco plantó la semilla del cambio, abriendo un camino que debemos continuar transitando con determinación y esperanza.

Su legado no se limita a documentos oficiales o discursos solemnes. Reside, sobre todo, en sus gestos concretos de cercanía hacia los marginados, en su capacidad de ver el rostro de Cristo en el sufrimiento del otro. Francisco nos enseñó que la transformación es posible, incluso en las estructuras más tradicionales, si existe la voluntad, la compasión y la valentía necesarias para impulsar el cambio.

Su muerte no marca el fin de una era, sino el comienzo de una nueva etapa llena de desafíos y responsabilidades. Nos corresponde a nosotros, herederos de su mensaje de amor e inclusión, continuar la lucha por un mundo más justo y diverso. Debemos mantener viva la llama de la esperanza que Francisco encendió en nuestros corazones y trabajar incansablemente para construir una sociedad donde la dignidad de cada persona sea reconocida y respetada. Su partida nos impulsa a seguir adelante, con la certeza de que otro mundo es posible. Un mundo donde la ternura, la justicia y la misericordia sean los pilares fundamentales de nuestra convivencia. Un mundo que refleje el sueño de Francisco: una humanidad reconciliada consigo misma y con la creación. Ese es el mejor homenaje que podemos rendirle.

Fuente: El Heraldo de México