En un mundo que se precia de su avance tecnológico y social, aún asombra la llegada de una mujer a un puesto de liderazgo. Celebramos con bombo y platillo lo que debería ser la norma: la capacidad de las mujeres para dirigir, decidir y transformar. Este asombro, aunque bienintencionado a veces, revela la persistencia de una mentalidad que por siglos relegó a la mujer al ámbito doméstico, al cuidado, a la sombra de las decisiones importantes. Es un eco de aquel pensamiento arcaico que las veía más aptas para servir que para liderar, para acatar que para crear.

Afortunadamente, la realidad se impone a los prejuicios. El talento femenino ha roto las barreras impuestas, demostrando con creces su capacidad en todos los ámbitos. Ya no se trata de discursos teóricos sobre igualdad, sino de hechos concretos, de mujeres que con su trabajo, su inteligencia y su perseverancia, han conquistado espacios en la ciencia, la academia, las artes, la política, la justicia y el mundo empresarial. Cada día son más las mujeres que, con su preparación y experiencia, demuestran que su participación no solo no resta, sino que suma valor, enriquece la perspectiva y aporta soluciones innovadoras a los desafíos de nuestro tiempo.

El camino recorrido no ha sido fácil. El derecho al voto y el surgimiento de los movimientos feministas fueron hitos fundamentales, pero la verdadera batalla se libra día a día, en la lucha por ejercer nuestros derechos con libertad y respeto, por romper el techo de cristal que aún limita nuestras aspiraciones. No basta con ocupar un espacio, se trata de transformarlo, de imprimirle nuestra visión, nuestra sensibilidad y nuestra capacidad para construir un mundo más justo y equitativo.

Las cuotas de género, implementadas en muchos países y empresas, son un paso importante, un mecanismo para asegurar una representación más equilibrada en los espacios de poder. Sin embargo, no son la solución definitiva. El verdadero cambio radica en la transformación cultural, en la erradicación de los estereotipos y en el reconocimiento del valor intrínseco de la diversidad. Estudios como el realizado por Hive en 2018, que demuestran la mayor productividad de las mujeres en el ámbito laboral, son una muestra palpable de los beneficios que aporta la inclusión. No se trata de competir, sino de complementar, de sumar fuerzas para alcanzar un objetivo común.

El liderazgo femenino, según estudios del MIT, aporta una serie de cualidades que enriquecen el entorno laboral y social: empatía, diversidad, trabajo en equipo, gestión eficiente del tiempo y capacidad de adaptación. Además, las mujeres líderes introducen nuevas agendas, promueven la colaboración, la transparencia y la justicia salarial, aspectos fundamentales para construir sociedades más justas e inclusivas. Nos preocupamos por la conciliación entre la vida personal y profesional, por el bienestar de nuestros equipos y por la creación de un ambiente de trabajo donde prime el respeto y la igualdad de oportunidades.

El futuro se construye con la participación de todos y todas. La inclusión de las mujeres en los espacios de toma de decisiones no es solo un acto de justicia, sino una necesidad imperante para el desarrollo y el progreso de nuestras sociedades. El siglo XXI debe ser el siglo de la igualdad real, donde el liderazgo femenino deje de ser motivo de sorpresa y se convierta en la norma, en un reflejo de la riqueza y la diversidad que nos caracteriza como humanidad.