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24 de abril de 2025 a las 09:25

El Obispo del Metro

La figura del Papa Francisco, un hombre que eligió la austeridad como bandera y el amor a los desposeídos como brújula, nos deja un legado imborrable. Su incansable labor, palpable hasta sus últimos momentos, nos conmueve e inspira. Incluso en su lecho de dolor, cumplió con su agenda, atendió al recién convertido vicepresidente Vance, deseó felices pascuas a sus fieles y saludó a la multitud desde el papamóvil. Un último acto de entrega antes de retirarse a descansar, mientras Roma despertaba y México se sumía en el sueño.

Su pontificado, una era franciscana de doce años, fue como un torrente de agua cristalina que revitalizó una Iglesia anquilosada. Rescató del olvido a los pobres, a los marginados, a los migrantes con sus vidas marcadas por el dolor, a los desposeídos, e incluso a aquellos que no encajan en los moldes tradicionales, los no binarios. "Prefiero una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes de una iglesia enferma por el encierro y la comodidad”, una frase suya, plasmada en la “Evangelii Gaudium”, que resonó como un llamado a la acción, un grito de alerta contra la comodidad y la indiferencia.

Sus palabras, a menudo revolucionarias, sacudieron los cimientos de la Iglesia. "¿Quién soy yo para juzgar?", preguntó al referirse a la comunidad LGBT+, afirmando que nadie puede ser excluido a priori del Reino de Dios. Una postura valiente que generó resistencias dentro de la conservadora Curia vaticana y en otros sectores de la jerarquía católica. Si bien no logró implementar todos los cambios que anhelaba, sus avances inclusivos y reformistas son innegables, aunque insuficientes para algunos sectores progresistas y escandalosos para los más conservadores. Un legado que, sin duda, será difícil de borrar, especialmente si su sucesor decide continuar por el mismo camino.

Desde el inicio de su papado, Francisco demostró que la elección del nombre del Poverello de Asís no era un mero acto simbólico. Renunció al boato vaticano, recordándonos al arzobispo de Buenos Aires que viajaba en transporte público, en autobús y en metro. Su lucha contra la corrupción también marcó su pontificado, con casos emblemáticos como la destitución del cardenal Angelo Becciu por el escándalo financiero relacionado con la compra de un edificio de lujo en Londres.

Ahora, la gran incógnita es quién ocupará la silla de Pedro. Diversos nombres se barajan, incluso cardenales de raza negra. Sin embargo, sobre los “papabiles” pesa la antigua conseja: "quien entra Papa al cónclave, sale cardenal".

Mientras el féretro papal aguarda su destino final, muchos ya esperan los primeros milagros de Francisco, convencidos de sus virtudes y de su camino hacia los altares.

En enero de este año, casi como una premonición, se publicó "Esperanza / La autobiografía" (Plaza Janés), un libro de memorias de Jorge Mario Bergoglio con un perceptible aroma a despedida. En él, además de recorrer su vida, reflexiona sobre el eje central de su apostolado: los pobres, los mismos que en su tiempo recibieron la atención preferente del fundador del catolicismo. Francisco nos recuerda que el desarrollo auténtico es inclusivo, fecundo y mira hacia el futuro, mientras que el desarrollo excluyente enriquece a los ricos y empobrece aún más a los pobres, sin siquiera permitirles vislumbrar el final del túnel de su miseria.

El prólogo del libro, escrito en colaboración con Carlo Musso y traducido por Ana Ciurans y César Palma, relata la terrible tragedia del buque Principessa Mafalda en 1927, conocido como el Titanic italiano. Una historia que se entrelaza con la vida del Papa Francisco de una manera sorprendente. Sus abuelos y su tío, un joven llamado Mario Bergoglio, tenían pasajes para viajar en el Mafalda, pero no pudieron vender todas sus pertenencias a tiempo y perdieron el barco. Ese joven, Mario, sería el padre de Jorge Mario Bergoglio. Un giro del destino que nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y los designios impredecibles del futuro. Un futuro que, para la Iglesia Católica, se escribe ahora sin la presencia física de Francisco, pero con la permanencia de su legado.

Fuente: El Heraldo de México