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23 de abril de 2025 a las 18:05
Tragedia en Guachochi: 13 vidas perdidas.
La sierra tarahumara se tiñe de luto. Un silencio desolador se extiende por las imponentes barrancas, un silencio roto solo por el eco del dolor. Trece vidas se han apagado en un instante, trece historias truncadas en el asfalto de la carretera que une Guachochi con Yoquivo, en el paraje conocido como Cumbre del Ojito. Un escenario de tragedia, donde dos camionetas, símbolos de la vida cotidiana en esta región agreste, se encontraron de frente en un choque brutal que terminó en volcadura.
El impacto resonó con la fuerza de un trueno en la quietud de la sierra. El metal retorcido, los vidrios rotos, los cuerpos esparcidos… una imagen desgarradora que habla de la fragilidad de la existencia. La noticia corrió como la pólvora, llevando consigo la angustia y la incertidumbre a las comunidades tarahumaras, unidas por lazos invisibles pero fuertes como el acero.
De inmediato se activaron los protocolos de emergencia. Ambulancias, patrullas, y el incesante ir y venir de quienes buscaban rescatar a las víctimas de entre los hierros. Una carrera contra el tiempo, una lucha contra la muerte en un escenario donde la lejanía y la dificultad del terreno se convertían en enemigos implacables.
Los heridos, en código rojo, fueron trasladados al IMSS de Guachochi. Un trayecto largo y tortuoso, cada minuto una eternidad para quienes se aferraban a la vida. La distancia, un problema crónico en estas zonas marginadas, se convertía en una sentencia. El personal médico, con la abnegación que les caracteriza, esperaba con los recursos disponibles, preparados para la batalla por salvar cada aliento, cada latido.
La comunidad tarahumara, golpeada una vez más por la tragedia, se unió en solidaridad. Rostros curtidos por el sol y el viento, manos callosas por el trabajo de la tierra, se tendieron para auxiliar, para consolar, para compartir el dolor. Un dolor que se agudiza al conocerse que las víctimas, en su mayoría, pertenecen a esta etnia ancestral, guardianes de una cultura milenaria que se resiste a desaparecer.
Mientras las autoridades investigan las causas del accidente, un manto de preguntas sin respuesta cubre la sierra. ¿Exceso de velocidad? ¿Una falla mecánica? ¿La imprudencia de alguno de los conductores? La huida del conductor de una de las unidades añade un componente de indignación y rabia a la tragedia. Se exige justicia, se clama por respuestas, se espera que la ley alcance al responsable de este dolor irreparable.
Trece vidas segadas, familias destrozadas, una comunidad de luto. La tragedia de la Cumbre del Ojito nos recuerda la importancia de la precaución en las carreteras, la necesidad de invertir en infraestructura y la urgencia de brindar atención médica oportuna a las comunidades más alejadas. Un llamado a la reflexión, un grito silencioso que se eleva desde las profundidades de la sierra tarahumara, un recordatorio de que la vida es frágil y debe ser protegida.
Fuente: El Heraldo de México