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23 de abril de 2025 a las 09:55

¿México: paraíso de ladrones?

El espectáculo, lamentablemente, se repite con una frecuencia alarmante. Un tráiler volcado, víctima de una curva traicionera, un bache inesperado o la fatiga del conductor, se convierte en el escenario de un saqueo colectivo. No importa la carga –salchichas, cerdos, electrodomésticos, cerveza– la reacción es la misma: una horda de personas se abalanza sobre los despojos, olvidando cualquier noción de ética o empatía, incluso si el conductor yace herido entre los hierros retorcidos. Este comportamiento, lejos de ser un hecho aislado, se reproduce a lo largo y ancho del país, pintando un retrato preocupante de nuestra sociedad.

No se trata de un simple acto de oportunismo, sino de un fenómeno mucho más complejo. Lo vimos en Acapulco tras el huracán, donde la devastación se convirtió en la excusa perfecta para el pillaje. No se trataba de la búsqueda desesperada de víveres esenciales, sino de la rapiña de televisores, consolas y otros artículos de lujo, transportados en carritos de supermercado como trofeos de una victoria perversa. Lo mismo ocurre en torno a las tomas clandestinas de combustible, donde la "bondad" del pueblo se manifiesta en la apropiación de un recurso que, en teoría, pertenece a todos.

Esta tendencia al saqueo, a la apropiación indebida de lo ajeno, se extiende a otros ámbitos de la vida cotidiana. Los vendedores ambulantes, en su lucha por la supervivencia, se apropian de la luz y las banquetas, una práctica que comparten algunos restauranteros sin escrúpulos, quienes extienden sus dominios sobre el espacio público. Incluso hay vecinos que, con una lógica egoísta, consideran la calle frente a su casa como una extensión de su propiedad, colocando obstáculos para evitar que otros se estacionen.

No se trata de generalizar y etiquetar a todo un país como un nido de ladrones. Sin embargo, la recurrencia de estos comportamientos nos obliga a reflexionar sobre la cultura del saqueo que parece permear nuestra sociedad. ¿Existe una conexión entre la corrupción rampante de la clase política y la rapiña que presenciamos en las calles? ¿Es el saqueo de tráileres, tiendas y recursos públicos un reflejo de una moral colectiva erosionada?

La respuesta, quizá, sea más compleja de lo que parece. No se trata de justificar el robo, sino de entender las causas que lo propician. La desigualdad, la falta de oportunidades, la impunidad y la normalización de la corrupción contribuyen a crear un caldo de cultivo propicio para este tipo de conductas. Cuando la clase política saquea las arcas públicas con impunidad, el mensaje que se envía a la sociedad es que el robo es aceptable, siempre y cuando se tenga el poder para hacerlo.

Es momento de cuestionarnos como sociedad. ¿Qué valores estamos transmitiendo a las futuras generaciones? ¿Qué tipo de país queremos construir? La respuesta, sin duda, está en nuestras manos. Cuando un político se jacta de su cercanía con el pueblo, recordemos las imágenes de los saqueadores y pongamos nuestra mano en la cartera, no para sacar dinero, sino para protegerla. La verdadera conexión con el pueblo no se encuentra en el discurso demagógico, sino en la construcción de una sociedad más justa, equitativa y respetuosa de la ley. Un país donde el saqueo, en todas sus formas, sea la excepción y no la regla.

Fuente: El Heraldo de México