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23 de abril de 2025 a las 09:35

Descubre la historia de Francisco I

El eco de la humildad resuena aún en los pasillos del Vaticano. ¿Quién iba a imaginar, hace dos décadas, que aquel cardenal Bergoglio, de regreso a Buenos Aires con la incomodidad de un segundo lugar en el cónclave, se convertiría en el arquitecto de una revolución silenciosa dentro de la Iglesia Católica? No una revolución de dogmas, sino de perspectivas, de una humanidad palpable que trascendió los muros de la Santa Sede. Su inquietud no era por el "poder perdido", sino por la responsabilidad implícita en esos votos, una responsabilidad que sentía inmerecida. Regresó a su labor pastoral, a las calles, a la gente, a la esencia misma de su vocación. Y fue allí, en el abrazo a los marginados, donde se forjó el pastor que el mundo conocería como Francisco.

Siete años después, la renuncia de Benedicto XVI, un evento sin precedentes en siglos, abrió las puertas a una nueva era. La elección de Bergoglio, el primer Papa jesuita, el primer latinoamericano, el primero en adoptar el nombre de Francisco de Asís, fue un presagio de los cambios que estaban por venir. No se trataba simplemente de un cambio de rostro, sino de una transformación profunda en la manera de entender y ejercer el papado. Francisco I se despojó de la pompa y la circunstancia, acercándose a la gente con una sencillez desarmante. Su mensaje, centrado en la compasión, la justicia social y la inclusión, resonó con fuerza en un mundo sediento de esperanza.

Desde el inicio, su papado estuvo marcado por la innovación. La misa en latín, un símbolo de la tradición, fue relegada para dar paso a celebraciones más accesibles. La burocracia vaticana, a menudo criticada por su opacidad, fue puesta bajo la lupa. Francisco se atrevió a abordar temas tabú, como el papel de la mujer en la Iglesia y los abusos sexuales cometidos por miembros del clero. Su voz se alzó con firmeza contra la corrupción financiera y la opulencia de algunos sectores de la jerarquía eclesiástica.

Pero Francisco no fue solo un reformador. Fue un puente. Un puente entre la Iglesia y el mundo, entre diferentes religiones y culturas. Su diálogo con líderes musulmanes, judíos y protestantes fue un testimonio de su compromiso con la unidad y la paz. Sus viajes a tierras conflictivas, como Sudán del Sur, y su firme postura frente a la invasión rusa en Ucrania demostraron su valentía y su determinación para defender a los más vulnerables. Su mensaje trascendió las fronteras religiosas, llegando a agnósticos y ateos, a todos aquellos que anhelan un mundo más justo y fraterno.

Francisco se ha marchado dejando una huella imborrable. Un legado de humildad, compasión y esperanza. Un legado que nos invita a construir un mundo donde la dignidad humana sea el centro de todas nuestras acciones. Un mundo donde la paz y la justicia sean una realidad para todos. Su partida deja un vacío inmenso, pero también una inspiración profunda para continuar su obra. El mundo lo recordará no solo como el primer Papa Francisco, sino como el Papa que se atrevió a soñar con un mundo mejor y a trabajar incansablemente para hacerlo realidad.

Fuente: El Heraldo de México