
23 de abril de 2025 a las 09:40
Abraza tu Perfección Imperfecta
La memoria colectiva de quienes presenciaron aquel estreno en la Cineteca Nacional, un jueves 12 de febrero de 1976, guarda aún la vívida imagen del incidente. A punto de comenzar la proyección de "El reportero", la aclamada película de Antonioni, el novelista afrancesado, recién llegado de París, irrumpió en la sala. Dirigiéndose al novelista de Aracataca, sentado en primera fila, le propinó un puñetazo en el rostro. Gabriel García Márquez, quien apenas si le había saludado, cayó al suelo. Vargas Llosa, sin pronunciar palabra, abandonó el lugar. María Luisa Mendoza, "la china", presente en el incidente, clamaba: "¡Traigan un bistec!", para el moretón. Así, de forma abrupta y violenta, se disolvía la fraternidad literaria que la crítica había bautizado como "el boom latinoamericano", inmortalizada tiempo atrás por la lente de Rodrigo Moya en la casa de García Márquez.
Habían compartido años de complicidad y amistad, en las buenas y en las malas, durante la época de la "zafacoca" en Barcelona, París y La Habana, donde compartían ideas y tertulias con Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Carlos Barral y José Donoso. Una generación deslumbrante que, con el fallecimiento de Mario Vargas Llosa en su casa familiar de Lima la semana pasada, llega a su fin.
Narrar la vida, una y otra vez. La vida íntima y la vida pública, la tragedia intermitente de Latinoamérica, la pasión y la desesperanza, la utopía, la consolidación del poder, la barbarie que se resiste a abandonarnos. Todo esto se entreteje en las novelas de estos gigantes de la narrativa, el Boom, quienes consumieron la vida a través de su obra, como aventureros sin freno.
En México resonará por siempre la polémica declaración de Vargas Llosa en el verano de 1990 sobre el régimen del PRI: "La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro; la dictadura perfecta es el PRI en México". Una sentencia lapidaria que se grabó a fuego. La dictadura, no tan perfecta después de todo, que se había perpetuado durante 70 años, desde su fundación como PNR por Plutarco Elías Calles en 1929. Tras la polémica, alguien le sugirió, con cierta ironía, que abandonara el país. Y así, el mote quedó para la posteridad. La dictadura perfecta que ni Somoza, ni Perón, ni Trujillo lograron instaurar en sus respectivos países.
La obra de Vargas Llosa refleja algunos de estos episodios regionales. Se puede apreciar magistralmente en La Fiesta del Chivo, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, Tiempos difíciles, y de alguna manera en La casa verde, Conversación en la catedral y El pez en el agua. En estas novelas, Vargas Llosa nos presenta las ilusiones de redención nacional, el atraso social, el ejercicio del poder por parte de tiranos ávidos de codicia y venganza, cuyos nombres mancillan las páginas de la historia del continente: Fulgencio Batista, Alfredo Stroessner, Augusto Pinochet, Jorge Videla, Hugo Chávez, nuestro Victoriano Huerta, "Papá Doc" Duvalier. Dictadores de poca monta que sucumbían ante la primera asonada, incapaces de institucionalizar la sucesión del poder, como lo hizo, Plutarco Elías Calles. Sin embargo, la democracia, una vez conquistada en las calles y en las urnas, se torna anodina, poco atractiva para protagonizar una narrativa de peso. ¿Alguien se atreverá a escribir la novela de Dilma Rousseff, de Andrés Pastrana, de Enrique Peña Nieto? Serían un buen remedio contra el insomnio.
Influenciado por Jean-Paul Sartre, Vargas Llosa, en un arranque de arrogancia, sintió la necesidad existencial de trascender en el ámbito político. A diferencia de sus contemporáneos, se lanzó a la campaña presidencial en Perú en 1990, la cual perdió frente a un desconocido candidato de apellido japonés que terminaría en prisión. Rómulo Gallegos, escritor venezolano, sí logró la presidencia de su país (1947-48), aunque fue derrocado. Nuestro José Vasconcelos también lo intentó en la campaña antirreeleccionista de 1929, pero el audaz intelectual fue derrotado por el incipiente y "perfecto" régimen.
Mario Vargas Llosa fue un aventurero en todos los sentidos. En la literatura, entrelazando la biografía con la historia; en su vida personal, estableciendo nuevas relaciones sentimentales cada década; en su vida intelectual, abrazando el liberalismo tras abandonar sus inclinaciones comunistas de juventud.
Fue el escritor en lengua española más importante de su generación, reconocimiento otorgado por los jurados del Premio Nobel y del Príncipe de Asturias. En sus últimos años, habiendo cumplido su misión, buscó la reconciliación consigo mismo y con su entorno. En 2022, publicó en la revista Letras Libres el cuento "Los aires", donde describe el aburrimiento y la extrañeza de un personaje que ya no se reconoce en el mundo actual, donde la gente ha dejado de conversar para dialogar con sus teléfonos, y todo ha perdido interés. Posteriormente, anunció el fin de su columna periodística "Piedra de toque", despidiéndose de sus lectores. Poco después, terminó su relación con Isabel Preysler, y regresó con Patricia, su esposa.
Paseaba por los antiguos barrios de Lima, reconociéndose en las avenidas de antaño, conversaba con sus hijos, recibía a viejos amigos en su casa. El héroe estaba cansado, su existencia había sido imperfecta, pero intensamente vital. El mundo le había pertenecido. ¿Qué más se podía pedir?
Fuente: El Heraldo de México