
22 de abril de 2025 a las 09:40
El sueño papal: ¿Paraíso en la Tierra?
El eco de la partida de Francisco resuena con una fuerza particular en Latinoamérica, un continente que lo vio nacer y que, en muchos sentidos, moldeó su visión pastoral. Su acento, su cercanía con los desposeídos, su comprensión profunda de las desigualdades sociales, todo ello resonó con una fuerza inusitada en una región marcada por la pobreza, la injusticia y la esperanza. No fue simplemente un Papa latinoamericano, sino un Papa que entendió Latinoamérica, que supo hablarle a su corazón y a sus heridas. Su llamado a una Iglesia en salida, una Iglesia que acompaña, una Iglesia que se compromete con las periferias existenciales, encontró un terreno fértil en estas tierras. Recordemos sus palabras, sus gestos, su constante preocupación por los migrantes, por los pueblos originarios, por las víctimas de la violencia. ¿Cómo olvidar su visita a la cárcel de Palmasola en Bolivia, donde lavó los pies a los reclusos, un acto de humildad y de amor que conmovió al mundo entero? Francisco nos enseñó que la fe no se vive en la comodidad de los templos, sino en el barro de la calle, junto a quienes más sufren.
Este legado de cercanía y compromiso social interpela profundamente a la Iglesia latinoamericana. El desafío ahora es continuar construyendo sobre los cimientos que él sentó, profundizar en su mensaje de amor y justicia, y seguir trabajando por una sociedad más igualitaria y fraterna. No se trata simplemente de recordar a Francisco con nostalgia, sino de asumir su legado como un llamado a la acción. ¿Cómo podemos, como Iglesia, seguir acompañando a los más necesitados? ¿Cómo podemos ser una voz profética que denuncie las injusticias y promueva la paz? Estas son las preguntas que debemos hacernos, y que debemos responder con acciones concretas.
La figura de Francisco también nos invita a reflexionar sobre el rol de la Iglesia en el siglo XXI. En un mundo cada vez más secularizado, donde las certezas se tambalean y las desigualdades se agudizan, la Iglesia está llamada a ser un faro de esperanza, un espacio de encuentro y de diálogo. Francisco nos mostró que la fe no es un dogma rígido, sino una experiencia viva que se construye en el encuentro con el otro, en el servicio a los demás, en la búsqueda constante de la verdad y la justicia. Su pontificado nos deja un mensaje claro: la Iglesia debe estar al servicio del mundo, debe ser una Iglesia samaritana que se acerca a las heridas de la humanidad y ofrece consuelo y esperanza.
El hermanamiento entre Buenos Aires y la Ciudad de México, impulsado por la visión de Francisco y materializado en proyectos como las Utopías de Iztapalapa, es un ejemplo concreto de cómo su legado puede inspirar iniciativas que promueven el desarrollo integral de las comunidades. Este tipo de proyectos, que buscan generar espacios de encuentro, de educación, de cultura y de recreación, son un testimonio de la importancia de trabajar en red, de sumar esfuerzos para construir un mundo mejor. La visión de Francisco, que trascendía las fronteras geográficas y las diferencias culturales, nos invita a trabajar juntos, a construir puentes de diálogo y de colaboración para enfrentar los desafíos que nos presenta el siglo XXI.
La huella de Francisco en la historia de la Iglesia es profunda e indeleble. Su legado nos interpela a todos, creyentes y no creyentes, a construir un mundo más justo, más fraterno, más humano. Su recuerdo nos impulsa a seguir trabajando por las utopías que él sembró, a seguir soñando con un mundo donde la paz, la justicia y la solidaridad sean una realidad para todos. Su voz, aunque ya no se escuche físicamente, seguirá resonando en nuestros corazones, recordándonos que la verdadera grandeza reside en la humildad, en el servicio y en el amor al prójimo.
Fuente: El Heraldo de México