
22 de abril de 2025 a las 09:40
El ocaso de Francisco
Doce años. Un suspiro en la historia de la Iglesia, un huracán en la era moderna. Francisco, el Papa venido del fin del mundo, dejó una huella imborrable, una estela de reformas que resonarán por décadas. Llegó con la humildad del que sabe escuchar, con la firmeza del que conoce el camino. Y eligió dialogar, abrir las puertas, tender puentes donde otros levantaban muros. Juan Pablo II y Benedicto XVI, gigantes de la fe, dejaron un legado innegable, pero la Iglesia, como un barco en mares agitados, necesitaba un nuevo timonel, alguien que interpretara las señales de los tiempos, que comprendiera el clamor de una feligresía a la deriva entre la doctrina y la realidad.
Francisco no rehuyó la complejidad del mundo moderno. Abordó con valentía temas que antes eran tabú, desde la desigualdad económica hasta la crisis ambiental, pasando por los abusos dentro de la propia Iglesia. Su voz, clara y contundente, se alzó contra la injusticia, la discriminación y la indiferencia. No se limitó a predicar la caridad, la encarnó en sus acciones, en sus gestos, en su cercanía con los más vulnerables.
Muchos lo criticaron, lo acusaron de romper con la tradición, de ceder ante las presiones del mundo secular. Pero él, imperturbable, siguió adelante, convencido de que la verdadera tradición es la del Evangelio, la del amor y la compasión. No buscaba la aprobación de todos, sino la coherencia con su propia conciencia, con su profunda convicción de que la Iglesia debía ser un faro de esperanza, un refugio para los desamparados, un motor de cambio social.
Su papado fue un ejercicio de equilibrio, un delicado baile entre la fidelidad a la doctrina y la necesidad de adaptación. No pretendió cambiar los dogmas, sino revitalizarlos, insuflarles nueva vida, acercarlos a la comprensión de las nuevas generaciones. Y aunque no todos lo entendieron, aunque muchos se resistieron a sus reformas, su legado es innegable.
Más allá de lo religioso, Francisco se erigió como una figura moral de alcance global. Su liderazgo trascendió las fronteras del Vaticano, se convirtió en un referente ético para creyentes y no creyentes. Su voz resonó en los foros internacionales, en las calles, en los corazones de millones de personas que encontraron en él una fuente de inspiración, una guía en tiempos de incertidumbre.
Ahora, con su partida, la Iglesia se enfrenta a un nuevo desafío: encontrar un sucesor que esté a la altura de su legado, que continúe su labor de renovación, que mantenga viva la llama de la esperanza que Francisco encendió. Los cardenales tienen ante sí una responsabilidad histórica. Deben elegir con sabiduría, con visión de futuro, con la certeza de que la Iglesia del siglo XXI necesita un líder que sepa dialogar con el mundo, que sepa tender puentes, que sepa encarnar los valores del Evangelio en la compleja realidad que nos rodea. La tarea no es fácil, pero el futuro de la Iglesia depende de ello. El ejemplo de Francisco, su humildad, su valentía, su compromiso con la justicia, debe ser la guía que ilumine el camino hacia un nuevo papado, hacia una Iglesia más cercana a la gente, más comprometida con el mundo, más fiel al mensaje de Jesús.
Fuente: El Heraldo de México