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21 de abril de 2025 a las 09:55

Kyiv: Teatro de Guerra

La tregua de Pascua ortodoxa, anunciada por el Kremlin y rápidamente desvanecida entre acusaciones cruzadas, nos obliga a mirar más allá de los titulares y a cuestionar la narrativa imperante sobre el conflicto ruso-ucraniano. ¿Fue un gesto genuino de paz por parte de Putin o una cínica maniobra política? ¿Y qué papel juega Ucrania en esta compleja coreografía de guerra y propaganda?

La respuesta, como casi todo en este conflicto, no es sencilla. El escepticismo con el que Occidente recibió el anuncio de Moscú era predecible. Después de meses de combates, de miles de vidas perdidas y de una escalada retórica que ha pintado a Rusia como el agresor absoluto y a Ucrania como la víctima indefensa, cualquier gesto proveniente del Kremlin se interpreta con desconfianza, casi como un acto de mala fe. Pero esta visión maniquea, aunque comprensible dadas las circunstancias, nos impide ver la complejidad del tablero geopolítico y las motivaciones de los actores involucrados.

Zelensky, el actor convertido en presidente de guerra, ha manejado con maestría la narrativa de la "resistencia heroica". Su imagen, amplificada por los medios occidentales, lo presenta como un David enfrentándose a un Goliat. Y si bien la invasión rusa es un acto de agresión injustificable, no podemos olvidar que Ucrania también juega sus cartas en este conflicto. Necesita mantener el flujo de ayuda financiera y militar de Occidente, y para ello, la imagen de la víctima asediada es crucial. Cada bombardeo, cada supuesto incumplimiento del alto el fuego, alimenta esa narrativa y refuerza la justificación para el envío de más armas y más dinero.

Pero, ¿a quién beneficia realmente esta prolongación del conflicto? Ciertamente no a los millones de ucranianos desplazados, ni a las ciudades devastadas, ni a la economía del país, que depende del respirador artificial de la ayuda internacional. Mientras tanto, la OTAN, con sus propios intereses geopolíticos en juego, alimenta la hoguera con armamento y retórica belicista, manteniendo abierta una herida que debilita a Rusia pero que también desangra a Ucrania.

El alto al fuego propuesto por Putin, aunque efímero, pudo haber sido una oportunidad para explorar vías diplomáticas. Una oportunidad perdida, no solo por la desconfianza mutua y la falta de voluntad política, sino también por la presión de una narrativa que no deja espacio para los matices, para la negociación, para la paz. La condena automática a Rusia y la idealización de Ucrania impiden un análisis objetivo de la situación y dificultan la búsqueda de una solución negociada.

El cinismo es palpable en ambos bandos. Rusia utiliza la tregua como una herramienta de propaganda, para presentarse ante el mundo como la parte razonable. Ucrania, por su parte, la rechaza con indignación, consciente de que la prolongación del conflicto, aunque dolorosa, le permite seguir recibiendo el apoyo de Occidente. Y en medio de este juego macabro, los verdaderos perdedores son los ciudadanos ucranianos, atrapados en un conflicto que parece no tener fin.

La pregunta que debemos hacernos es: ¿cuánto tiempo más seguiremos alimentando esta guerra con armas y retórica, en lugar de buscar una solución diplomática? ¿Cuánto tiempo más permitiremos que la narrativa de la "resistencia heroica" eclipse la realidad del sufrimiento humano y la necesidad urgente de la paz? El alto al fuego fallido de Pascua ortodoxa debería ser una llamada de atención para replantear nuestra visión del conflicto y buscar una salida que, aunque compleja, sea la única opción viable para evitar más derramamiento de sangre y destrucción. La paz, por difícil que parezca, debe ser el objetivo final. Y para alcanzarla, es necesario ir más allá de las narrativas simplificadas y enfrentar la complejidad de la realidad.

Fuente: El Heraldo de México