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20 de abril de 2025 a las 09:20

Soplan nuevos aires

Las notas de "Wind of Change" de Scorpions aún resuenan en nuestros oídos, evocando un anhelo de paz y unidad. Es un recordatorio del poder universal de la música, un lenguaje que trasciende fronteras y nos conecta a un nivel profundamente humano. Si un ser extraterrestre llegara a la Tierra, la música sería la embajadora perfecta de nuestra cultura, una ventana a nuestras emociones, nuestras historias y nuestra forma de ver el mundo. Diversos estudios científicos confirman la influencia innegable de la música en nuestras vidas, su capacidad para modular nuestro estado de ánimo, inspirarnos, consolarnos y acompañarnos en cada etapa de nuestro viaje. Es una relación simbiótica: la música nos afecta y nosotros, a su vez, la creamos, reflejando en ella nuestras experiencias y percepciones.

En este contexto, el debate sobre la prohibición de la música que hace apología del delito cobra una nueva dimensión. Si bien es cierto que la violencia ha sido una triste constante en nuestra realidad, y la música, como espejo de la sociedad, la refleja, la pregunta que nos debemos plantear es: ¿dónde trazamos la línea entre la representación artística y la glorificación de la violencia?

Los recientes acontecimientos en la Feria Internacional del Caballo en Texcoco, Estado de México, son un ejemplo palpable de la fragilidad de nuestra convivencia. La reacción desmedida ante la música, la violencia desatada, nos obliga a reflexionar sobre nuestra propia responsabilidad. Si la música puede influir en nuestro estado de ánimo, ¿qué responsabilidad tenemos como consumidores de contenido que promueve la violencia?

La postura del gobierno federal, aunque no ha llegado a una prohibición total, se inclina hacia la promoción de "otros contenidos". Se reconoce el potencial de la música para influir en el pensamiento colectivo, y la necesidad de contrarrestar la narrativa de la violencia con mensajes de paz y esperanza.

Sin embargo, la contradicción reside en nosotros, los ciudadanos. Nos quejamos de la violencia que nos rodea, la sufrimos en carne propia, pero al mismo tiempo consumimos y aceptamos, incluso celebramos, la música que la describe y, en algunos casos, la glorifica.

La cuestión no es simple. No se trata de censurar la expresión artística, sino de promover una reflexión profunda sobre el impacto de la música en nuestra sociedad. Se trata de cuestionarnos si al consumir este tipo de contenido estamos contribuyendo, aunque sea de manera indirecta, a la normalización de la violencia.

Quizás la solución no esté en prohibir, sino en educar. En fomentar el pensamiento crítico, en promover el diálogo y la reflexión. En empoderar a los jóvenes para que puedan discernir entre la representación artística y la apología del delito. En crear espacios para la expresión artística que promueva la paz, la tolerancia y el respeto.

Al final, la responsabilidad es de todos. Gobierno, artistas, medios de comunicación y, sobre todo, ciudadanos. Debemos ser conscientes del poder de la música y utilizarlo para construir una sociedad más justa y pacífica. Tal vez, como sugiere la melodía de "Wind of Change", el cambio comience con nosotros mismos, con nuestras elecciones diarias, con las pequeñas acciones que, sumadas, pueden generar una verdadera transformación. El viento del cambio sopla, ¿estaremos dispuestos a escucharlo?

Fuente: El Heraldo de México