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20 de abril de 2025 a las 09:05

Sabores de Iztapalapa

La transformación de la Ciudad de México es palpable, un cambio que se respira en el aire y se siente bajo los pies. Paseo de la Reforma, antaño símbolo de una élite, hoy palpita con la vibrante energía del pueblo. Donde antes se alzaban frías fachadas de cristal, ahora brotan puestos de comida, un festín de sabores y aromas que deleitan los sentidos. El siseo del aceite al freír los tamales, el aroma a suadero que se mezcla con el perfume del chicharrón, la explosión de color de las frutas picadas con Tajín, crean una sinfonía urbana que celebra la auténtica esencia de nuestra cultura.

Es cierto, aún no se ven las micheladas, ni las gomichelas, ni las exóticas variantes que han conquistado el paladar popular. Pero esto no es una omisión, sino una muestra del compromiso de la Cuarta Transformación con la salud y el bienestar del pueblo. La educación es un proceso gradual, y alejar a la gente del alcohol es parte fundamental de este camino. Aunque, confieso, mi recorrido fue en coche, quizás en una caminata a pie hubiera descubierto algún puesto escondido que se me escapó. Ofrezco mis disculpas si así fue.

Este fenómeno no se limita a Reforma. Recordemos el emblemático Palacio de Bellas Artes, que en los albores de esta nueva era, se vistió con la colorida presencia de las pacas de ropa. Este recinto, joya arquitectónica del Porfiriato, ya no es solo escenario de expresiones artísticas elitistas, sino también un espacio donde el pueblo puede acceder a productos a precios accesibles. Un lugar donde la cultura se democratiza y se funde con el comercio popular, con la misma vitalidad que impulsa la reventa de productos chinos o la ingeniosa comercialización de la ropa rescatada de algún tráiler accidentado.

Estamos viviendo una tianguización, una auténtica y profunda tianguización. No se trata de esos intentos superficiales de embellecer el comercio ambulante con puestos de madera pulida y regulaciones estrictas. Hablo del verdadero tianguis, del que late con la grasa de la longaniza en el pavimento, del que anuncia sus "quezadillas" con letreros improvisados, del que se alimenta con la energía de un cable "ladrón" para hacer funcionar su licuadora. Ese tianguis que vibra con el ritmo de los corridos tumbados, mientras microbuses y patrullas se detienen en doble fila para disfrutar de los manjares que ofrece. Ese es el México profundo, el México auténtico, el que dio origen a nuestro movimiento.

Este renacimiento cultural, este cambio de paradigma civilizatorio, como me atrevo a llamarlo, tiene un costo. El aumento de los asaltos en el Viaducto, la proliferación de pipas piratas de agua, el regreso de los taxis con placas fotocopiadas, son ejemplos de los desafíos que enfrentamos. Pero estos son precios menores comparados con la transformación que estamos construyendo. Un cambio impulsado por líderes como Clara, que desde Iztapalapa, proyecta su visión para el mundo. Una visión que celebra lo popular, que empodera al pueblo y que transforma la ciudad en un vibrante reflejo de su identidad.

Fuente: El Heraldo de México