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20 de abril de 2025 a las 09:20

Rock: De Avándaro a Texcoco

Avándaro, más que un festival, fue un grito. Un rugido de una juventud que buscaba su espacio, su voz, en un México que se asfixiaba bajo el peso de una moral conservadora y un sistema político autoritario. No eran solo los acordes de Dug Dug's, El Ritual o Three Souls in My Mind los que resonaban en el valle, era la vibración de una generación que se atrevía a desafiar lo establecido. La "encuerada", más allá del escándalo, se convirtió en un símbolo, una bandera de una rebeldía incipiente. Y el gobierno, temeroso de ese despertar, respondió con el silencio, con la prohibición, con la censura. Callaron las guitarras en la radio, se desvanecieron los conciertos, el rock se convirtió en un susurro clandestino, en un tesoro compartido en los sótanos y en el tianguis del Chopo. Pero el rock, como la vida, encuentra la manera. Se alimentó de la resistencia, de la pasión de unos cuantos, de la influencia de las bandas internacionales que llegaban a través de discos y casetes. Y cuando el muro de la censura se resquebrajó con la llegada de la democracia, el rock mexicano emergió con una fuerza renovada, listo para reclamar su lugar.

Ahora, la historia parece repetirse, pero con un nuevo protagonista: los corridos bélicos. Se alzan voces que piden su prohibición, argumentando la necesidad de combatir la narcocultura. Se repiten los mismos argumentos de antaño, el mismo miedo a la expresión popular, la misma tentación de silenciar lo que incomoda. Pero la realidad es mucho más compleja. Los corridos, como el rock en su momento, son un reflejo de una realidad social, un espejo que nos devuelve la imagen de un país lastimado por la violencia, la desigualdad y la corrupción. Prohibirlos no es la solución, es tapar el sol con un dedo. Es negar la existencia de un problema que exige soluciones de fondo, no medidas cosméticas.

¿Acaso la censura funcionó con el rock? La respuesta es contundente: no. La música se refugió en la clandestinidad, se fortaleció en la resistencia y regresó con más fuerza. Lo mismo ocurrirá con los corridos. En la era digital, la censura es una quimera. La música fluye a través de las redes, se comparte, se viraliza. Intentar detenerla es como intentar contener el mar con las manos. En lugar de prohibir, hay que comprender. Hay que analizar las causas que dan origen a la narcocultura, hay que atender las heridas sociales que la alimentan. Hay que ofrecer alternativas, oportunidades, espacios para la cultura, el deporte y la educación. Es ahí donde reside la verdadera solución, no en el silencio impuesto, sino en la construcción de una sociedad más justa, más equitativa, donde la música, en todas sus expresiones, pueda ser un reflejo de esperanza, no de violencia.

La prohibición es un camino fácil, pero ineficaz. El verdadero desafío es construir un México donde la música, sea rock, corridos o cualquier otro género, pueda ser un vehículo de expresión, de identidad y de cambio. Un México donde la libertad de expresión sea un derecho inalienable, y donde la cultura sea un motor de transformación social. La historia nos ha enseñado que la censura no funciona. Es hora de aprender de los errores del pasado y buscar soluciones reales, no parches que solo ocultan el problema.

Fuente: El Heraldo de México