
20 de abril de 2025 a las 14:10
El imperio criminal de "La Chapiza" en Sonora
Tras cinco largos años bajo la sombra opresiva del crimen organizado, el municipio de Pitiquito, Sonora, respira por fin. El yugo de "La Chapiza", la facción criminal ligada a los hijos de Joaquín "El Chapo" Guzmán, ha sido levantado gracias a una intensa ofensiva de las autoridades estatales. No fue una victoria fácil, sino el resultado de un trabajo estratégico y persistente que involucró patrullajes intensivos, vigilancia aérea con drones y sobrevuelos, el desmantelamiento de su red de comunicación y el establecimiento de dos bases operativas de la Policía Estatal, una presencia constante que disuade cualquier intento de regreso.
La pregunta que surge es ¿qué hacía tan atractivo a Pitiquito para una organización de la magnitud de "La Chapiza"? La respuesta yace en la riqueza de su tierra. No solo hablamos de la belleza natural del desierto sonorense, sino de un tesoro aún más codiciado: oro. Las minas de la región, junto con los extensos ranchos ganaderos, se convirtieron en la fuente de financiación de las actividades ilícitas del grupo criminal.
Imaginen el escenario: un territorio fértil para la extracción de oro, con minas como La Ciénega y Rancho Colorado, yacimientos que, según las estimaciones de la Secretaría de Seguridad Pública de Sonora, generaban a "La Chapiza" ganancias mensuales de hasta 1.6 millones de dólares. Una cifra exorbitante que, presuntamente, se obtenía a costa de la explotación laboral de los mineros, sometidos a jornadas extenuantes bajo el control implacable del cártel.
A esto se sumaba el control de 42 ranchos, una extensión de tierra dedicada a la ganadería que proporcionaba otra fuente de ingresos y servía como base de operaciones. Los habitantes de Pitiquito quedaron atrapados en medio de esta lucha por el control del territorio. El miedo se convirtió en su compañero diario, las amenazas y agresiones eran constantes, forzando a muchos a abandonar sus hogares, a dejar atrás su vida en busca de un refugio seguro. Se estima que un porcentaje significativo de la población se vio obligada a desplazarse, dejando un pueblo fantasma a merced de la delincuencia.
Pero Pitiquito no se rindió. La perseverancia de las autoridades y la resiliencia de sus habitantes han dado sus frutos. La recuperación de las minas y los ranchos ha marcado un punto de inflexión, un renacer para el municipio. La paz, tan anhelada, comienza a restablecerse. Con ella, el regreso de aquellos que se vieron obligados a huir. Un 40% de los desplazados ya han vuelto, un símbolo de esperanza y la muestra tangible de que la seguridad está volviendo a Pitiquito.
La reactivación económica es palpable. Los negocios vuelven a abrir sus puertas, el comercio local resurge, y la vida comunitaria se reconstruye poco a poco. La presencia permanente de la Policía Estatal garantiza la seguridad, una promesa de que el terror no volverá a reinar en estas tierras. Pitiquito ha demostrado que, incluso en la oscuridad más profunda, siempre hay una luz de esperanza. Un ejemplo de que la lucha contra el crimen organizado es posible, y de que la paz, aunque a veces parezca inalcanzable, puede ser una realidad.
Fuente: El Heraldo de México