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20 de abril de 2025 a las 00:30

Taxista convertido en sicario: La caída de Luis

La historia de Luis es un crudo testimonio de cómo la desesperación económica puede llevar a una persona por caminos oscuros. "Por querer un poco más de dinero me enrolé con personas que no quería", confiesa desde la celda donde cumple una condena de 28 años por homicidio. Siete años han pasado ya, pero aún le quedan 21 por delante. Su voz, cargada de arrepentimiento, resonó en el podcast "Penitencia" de Saskia Niño de Rivera, donde desgranó cómo una vida aparentemente normal se transformó en una pesadilla. La necesidad, ese monstruo silencioso, lo empujó a las garras del crimen organizado, donde el acto de matar se convirtió en una rutina, un "trabajo normal" remunerado con 6 mil pesos semanales.

Al principio, su papel era secundario. Se limitaba a conducir, a acompañar a sus cómplices a "levantar personas". "Vas a ir a un jale", le decían, y él obedecía sin cuestionar. Hasta que un día, la ausencia de uno de los sicarios le ofreció la oportunidad de sustituirlo. Un "soplón", así describió a su primera víctima. Con una frialdad que aún hoy le perturba, relató el interrogatorio, la confesión forzada, y finalmente, la ejecución. "Después de que le sacamos todo lo que estaba diciendo, ahí mero me lo eché". Nadie le enseñó, asegura. Sus conocimientos de cinturón negro le proporcionaron la destreza para golpear, para infligir daño. Nunca torturó, eso lo aclara con vehemencia, pero la muerte, el acto de arrebatar una vida, se convirtió en algo trivial.

"Afuera nunca remordimiento de nada… lo tomaba como un trabajo normal", confesó. ¿Cómo es posible semejante desapego? Luis se pregunta lo mismo. Habla de mentes fuertes y mentes débiles, se cuestiona si acaso su mente es la de un monstruo. "No creo que esté mal de mi cabeza porque aquí hay muchos psicólogos y no me han dicho nada", argumenta. Su esposa, cómplice silenciosa, conocía su doble vida. Sus padres, su familia, vivían en la ignorancia, ajenos a la espiral de violencia en la que se había sumergido. Planeaba dejarlo pronto, asegura. De noviembre de 2017 a mayo de 2018, apenas seis meses duró su incursión en el mundo del crimen. Seis meses que marcaron su destino para siempre.

El encierro, la soledad, el tiempo para reflexionar, han transformado a Luis. El remordimiento, antes ausente, ahora lo carcome. El arrepentimiento es un peso constante. Ofrece su ayuda para encontrar los restos de sus víctimas, un intento desesperado por redimirse, por aliviar el dolor de las familias que dejó destrozadas.

En la cárcel, ha encontrado refugio en la religión. Se ha acercado a Dios, buscando consuelo y perdón. Trabaja en la cocina, un espacio donde los pensamientos lo asaltan sin tregua. "Aquí es donde pienso más", admite. La confesión con un sacerdote, una experiencia inédita para él, le impuso una penitencia de por vida: rezar por las almas de sus víctimas y por sus familias. Un acto de contrición que espera, de alguna manera, pueda aplacar el tormento que lo acompaña. La esperanza de reencontrarse con sus padres y sus hijos lo mantiene a flote, un rayo de luz en la oscuridad de su encierro. Una esperanza que se aferra a la posibilidad de un futuro, un futuro donde pueda, finalmente, encontrar la paz.

Fuente: El Heraldo de México