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19 de abril de 2025 a las 09:30
Música para tus momentos
La normalización de la narcocultura en México es un síntoma preocupante de una enfermedad social profunda. No se trata simplemente de la presencia del narcotráfico, sino de su penetración en el tejido mismo de nuestra cultura, moldeando las aspiraciones y los valores de generaciones enteras. Desde la música que escuchamos hasta la ropa que vestimos, la influencia del narco es innegable. Y lo más alarmante es la pasividad, incluso la complicidad, con la que la sociedad observa este fenómeno.
Los narcocorridos, que en sus orígenes narraban historias de resistencia y lucha, han evolucionado hacia una glorificación descarada de la opulencia ilícita y la impunidad. Ya no se trata de narrar la realidad del narcotráfico, sino de construir una mitología en torno a él. Los "narcos" se presentan como figuras de poder, rodeados de lujo y admiración, un espejismo peligroso que atrapa a jóvenes que no encuentran oportunidades en un sistema que les ha fallado. Artistas e influencers se convierten en portavoces de este discurso, normalizando la violencia y el crimen, a cambio de beneficios económicos y sociales. Se construye así un círculo vicioso donde la cultura alimenta al narco y el narco financia la cultura.
Esta penetración cultural es un reflejo de la incapacidad del Estado para ofrecer alternativas reales a la pobreza y la marginación. Ante la falta de oportunidades, el narcotráfico se presenta como una salida, una promesa de riqueza y poder, aunque sea a costa de la violencia y la ilegalidad. El "éxito" se redefine en términos de poderío económico y social, sin importar su origen. La figura del narco se romantiza, se convierte en un "héroe" para aquellos que se sienten abandonados por el sistema.
La omnipresencia de la narcocultura en las redes sociales es especialmente preocupante. Estas plataformas se han convertido en un amplificador de la apología del narco, llegando a un público masivo, especialmente jóvenes. Un "like" o un comentario se convierte en una forma de validación, contribuyendo a la normalización del crimen. La viralización de canciones que glorifican la violencia y el narcotráfico es un síntoma claro de esta problemática.
El caso de "El Pirata de Culiacán" es un ejemplo trágico de las consecuencias de esta glorificación del narco. Un joven que alcanzó la fama a través de las redes sociales, mostrando una vida de excesos financiada por el crimen organizado, y que finalmente encontró la muerte en ese mismo mundo. Su historia es un reflejo de la fragilidad de un sistema que no logra ofrecer alternativas a sus jóvenes y de la fascinación por una cultura que normaliza la violencia y la ilegalidad.
La postura de la presidenta Claudia Sheinbaum, aunque reconoce la gravedad del problema, evita la prohibición de los narcocorridos, planteando un debate complejo sobre los límites de la libertad de expresión y la responsabilidad del Estado en la regulación de contenidos que promueven la violencia. Sin embargo, la discusión no debe centrarse únicamente en la prohibición, sino en atacar las raíces del problema: la desigualdad, la falta de oportunidades y la normalización de la violencia.
Es fundamental que como sociedad reflexionemos sobre nuestra complicidad en la propagación de la narcocultura. La apología del narco se ha disfrazado de entretenimiento, de moda, de arte, y hemos caído en la trampa de aceptarla como parte de nuestra identidad. Erradicar la narcocultura no se trata solo de censurar canciones o videos, sino de construir un futuro donde el éxito se defina en términos de valores éticos y sociales, donde los jóvenes encuentren oportunidades reales de desarrollo y donde la violencia no sea la respuesta a la marginación. Es una tarea que requiere la participación de todos: gobierno, sociedad civil, medios de comunicación, familias y individuos. El futuro de México depende de nuestra capacidad para rechazar la cultura del narco y construir una sociedad basada en la justicia, la igualdad y la paz.
Fuente: El Heraldo de México