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19 de abril de 2025 a las 09:30

¿Manipulación o amor? Señales de alerta.

El teléfono, ese aparato que antaño conectaba voces a través de cables y distancias, se ha convertido en el escenario de un romance político peculiar, una danza de palabras dulces y gestos cordiales que contrasta con la cruda realidad de las relaciones bilaterales. Recordemos a Paul Anka, en los albores del rock and roll, susurrando versos azucarados sobre besos telefónicos, una imagen inocente que, sin embargo, nos sirve de metáfora para analizar la dinámica entre la señora presidenta y el señor Trump. Al igual que en la canción, las conversaciones entre ambos líderes están envueltas en un halo de cordialidad, un intercambio de halagos y buenos deseos que se deshacen como azúcar en agua ante la complejidad de los problemas que enfrentan.

Se nos presenta una estampa de entendimiento mutuo, de soberanías respetadas y colaboración fructífera. Pero, ¿qué hay detrás de esa fachada de sonrisas telefónicas? La realidad, como un iceberg sumergido, nos muestra una cara distinta. Mientras las voces se cruzan en el éter, cargadas de promesas y afectos, la política real se teje con otros hilos, hilos de acero y aranceles, de intromisión aérea y vigilancia marítima. Los besos telefónicos, al parecer, no han logrado apagar el fuego de las tensiones comerciales, ni han impedido el espionaje, ni han frenado los amagos en la frontera.

La situación nos recuerda a esos noviazgos tóxicos, donde las palabras de amor se contradicen con las acciones. Se nos habla de armonía, pero la realidad nos golpea con la disonancia de las políticas implementadas. Mientras se celebra la buena sintonía entre ambos líderes, la economía nacional sufre los embates de los aranceles y la soberanía se ve vulnerada por la vigilancia constante.

La pregunta que surge, inevitablemente, es: ¿cuál es el verdadero costo de estos besos telefónicos? ¿Qué se negocia en la sombra mientras se escenifica la cordialidad en público? La opacidad que rodea estas conversaciones genera sospechas y desconfianza. Se nos presenta una imagen idílica, pero se nos oculta la letra pequeña del acuerdo. Se nos habla de resultados, pero ¿cuáles son esos resultados? ¿A qué precio se obtienen?

La estrategia parece clara: distraer la atención con la dulzura de las llamadas telefónicas mientras se cocinan los verdaderos acuerdos en la oscuridad. Se utiliza la imagen de la concordia para ocultar las concesiones y los compromisos que se asumen. Se vende la idea de una relación productiva mientras la realidad nos muestra un panorama de dependencia y vulnerabilidad.

La ciudadanía, atenta a este juego de sombras, exige transparencia. Merecemos conocer los detalles de estas negociaciones, los compromisos adquiridos y las consecuencias para el país. No nos conformamos con besos telefónicos y palabras vacías. Exigimos claridad, exigimos respuestas. El futuro de nuestra nación no puede depender de un romance telefónico cuyos términos se nos ocultan.

Fuente: El Heraldo de México