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19 de abril de 2025 a las 22:55

La Doña vs. Diego: Un Amor Despreciado

La Doña, María Félix, una figura que trascendió la pantalla grande para convertirse en un mito viviente. Su nombre resonaba con la fuerza de un huracán, dejando a su paso una estela de admiración, envidia y, por qué no decirlo, también de controversia. Su vida, un torbellino de pasiones, amores tumultuosos y una personalidad que no conocía de medias tintas, la llevó a codearse con la élite artística e intelectual de su tiempo, entre ellos, el icónico muralista Diego Rivera.

Mucho se ha especulado sobre la relación entre estas dos figuras titánicas. Una amistad que, si bien floreció en los círculos bohemios de Coyoacán, estuvo marcada por la fascinación de Rivera por la imponente belleza de La Doña. Un hombre acostumbrado a la conquista, sucumbió ante el magnetismo de la actriz, a pesar de la presencia constante de Frida Kahlo. Sin embargo, los intentos de cortejo del muralista se encontraron con la férrea muralla de la indiferencia de María, una mujer que jamás se doblegó ante los caprichos de ningún hombre, ni siquiera del afamado Diego Rivera.

De esa fascinación, surgió la idea del retrato. Rivera, con su particular estilo, plasmó en el lienzo su visión de María: una mujer poderosa, desafiante, dueña de sí misma. Pero la imagen que devolvía el espejo del arte no coincidió con la autopercepción de La Doña. Lejos de la grandeza que ella proyectaba, el retrato la mostraba, según sus propias palabras, tosca, poco femenina. La transparencia del encaje blanco que vestía en la pintura, dejando al descubierto sus senos, fue la gota que derramó el vaso. El cuadro, lejos de ser un homenaje, se convirtió en un motivo de discordia.

El rechazo de María al retrato no fue un simple capricho de diva. Era la afirmación de su propia identidad, de la imagen que ella había construido cuidadosamente a lo largo de su carrera. No permitiría que la visión de otro, por muy reconocido que fuera, la distorsionara. La negativa a prestar el cuadro para la exposición en Bellas Artes desató la furia de Rivera, quien, acostumbrado a la adulación, no soportó la afrenta. El silencio se interpuso entre ambos, un silencio que duró un año, cargado de reproches no dichos y de la frustración de un amor no correspondido.

La anécdota del albañil que, por orden de La Doña, cubrió con pintura el pecho desnudo del retrato, se ha convertido en una leyenda. Un acto de rebeldía, una bofetada simbólica al ego del artista. María no solo rechazaba la obra, sino que la transformaba, la amoldaba a su propia visión. Un gesto que revela la inquebrantable determinación de una mujer que no temía desafiar las convenciones ni a las figuras más consagradas del arte.

En su memorable entrevista con Jacobo Zabludvsky, María Félix no solo narró la anécdota del retrato, sino que también confesó su falta de interés por la obra de Rivera y Kahlo. Una declaración que, sin duda, debió herir el orgullo del muralista. La Doña, con su habitual franqueza, dejó claro que su relación con ellos se basaba en el afecto, no en la admiración artística. Una vez más, María Félix se imponía, rechazando el papel de musa sumisa y reafirmando su independencia. Así, con la misma fuerza con la que conquistó la pantalla grande, La Doña conquistaba también su propio destino, dejando a su paso una huella imborrable en la historia del arte y la cultura mexicana.

Fuente: El Heraldo de México