
19 de abril de 2025 a las 02:25
Semana Santa: Jesús crucificado
La intensidad del sol caía a plomo sobre el Cerro de la Estrella. Eran cerca de las 4 de la tarde, y el silencio, un silencio denso y expectante, se apoderaba de la multitud. Miles de rostros, marcados por la emoción y la fe, contemplaban la escena que se desarrollaba ante sus ojos: la crucifixión de Jesús de Nazareth en la 182ª representación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa. Un año más, la tradición, la devoción y la historia se entrelazaban en este drama monumental, consolidándose como uno de los eventos religiosos más trascendentales no solo de México, sino de toda Latinoamérica.
El fervor popular se palpaba en el ambiente. Desde horas antes, la gente se agolpaba a lo largo del recorrido, ansiosa por presenciar cada uno de los pasajes bíblicos que serían recreados con una pasión y un realismo conmovedores. Este año, más de 130 actores, todos ellos vecinos de los ocho barrios originarios de Iztapalapa, se entregaron en cuerpo y alma a la representación, demostrando la profunda raigambre de esta tradición en la comunidad.
La jornada había comenzado horas antes en la explanada de la Macroplaza Cuitláhuac, transformada para la ocasión en el pretorio romano. Allí, José Julio Olivares Martínez, el joven elegido para encarnar a Jesús, enfrentó el juicio ante Poncio Pilato. La escena, cargada de dramatismo, resonó en los corazones de los presentes, quienes seguían con atención cada palabra, cada gesto. El eco de los latigazos al azotar a Jesús resonaba aún en el aire mientras la procesión iniciaba su recorrido.
Desde la escalinata del Santuario del Señor de la Cuevita hasta la cima del Cerro de la Estrella, la representación se desplegó en un escenario vivo, recorriendo las calles y plazas de Iztapalapa. Cada parada, cada escena, era un nuevo acto de fe, una oportunidad para reflexionar sobre el significado de la Semana Santa. Los actores, imbuidos en sus papeles, transmitían una emotividad que traspasaba la ficción, conectando con la espiritualidad de los espectadores.
No se trataba solo de una representación teatral, sino de una expresión profunda de la identidad cultural y religiosa de Iztapalapa. Meses de ensayos comunitarios, de preparación minuciosa, culminaban en este día. Desde María, con su dolor desgarrador, hasta Judas, consumido por la culpa; desde el Cirineo, ofreciendo su ayuda, hasta los impasibles soldados romanos: cada personaje, cada actor, era un testimonio vivo de la fe y la devoción de un pueblo.
La representación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa es mucho más que un evento religioso. Es una tradición que une a generaciones, un ritual que fortalece los lazos comunitarios, una experiencia que conmueve y transforma. Este año, como en los anteriores, la multitud se disipó con el corazón henchido de emoción. Aplausos, lágrimas y un profundo reconocimiento a los actores que, una vez más, habían dado vida a la historia de Jesús, resonaban en la tarde que caía sobre el Cerro de la Estrella. La promesa de un nuevo encuentro, el próximo año, flotaba en el aire, perpetuando así una tradición centenaria que continúa vibrando en el alma de Iztapalapa.
Fuente: El Heraldo de México