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18 de abril de 2025 a las 09:15

Papa lava pies a presos en Jueves Santo.

La imagen del Papa Francisco, con su fragilidad a flor de piel, recorriendo los pasillos de la prisión Regina Coeli, conmueve e interpela. No es un escenario nuevo para él, este acercamiento a la marginalidad, a las vidas rotas, a la esperanza que se aferra a los barrotes. Pero esta vez, la visita cobra una dimensión aún más profunda. El propio Pontífice, convaleciente tras una grave neumonía, se presenta ante los reclusos no solo como pastor, sino también como compañero en la vulnerabilidad, en la experiencia del dolor y la incertidumbre.

Su pregunta, lanzada a los periodistas desde la ventana de su modesto Fiat 500, resuena con fuerza: "¿Por qué ellos y no yo?". Una pregunta que no busca respuestas fáciles, sino que nos invita a la reflexión, a la empatía, a cuestionar nuestros propios privilegios y a reconocer la humanidad compartida, incluso en las circunstancias más difíciles. Francisco no se coloca en un pedestal, sino que se sitúa al mismo nivel de aquellos a quienes visita, compartiendo su propia fragilidad, su propia lucha.

Este año, la ausencia del tradicional lavatorio de pies, un ritual cargado de simbolismo, se convierte en una presencia aún más poderosa. La imposibilidad física del Papa de llevar a cabo el gesto se transforma en una declaración de cercanía, de solidaridad. "Este año no puedo hacerlo, pero sí puedo y quiero estar cerca de ustedes", sus palabras, sencillas pero cargadas de significado, llegan directamente al corazón de los reclusos, un bálsamo de compasión en un ambiente marcado por el encierro y la desesperanza.

La Semana Santa, tiempo de reflexión y renovación, adquiere un nuevo matiz con la figura del Papa Francisco, un Papa que vive la Pascua "como puede", con sus limitaciones, con su fragilidad, pero con una fuerza interior que lo impulsa a seguir adelante, a tender la mano a los marginados, a llevar un mensaje de esperanza a quienes más lo necesitan.

Su presencia, aunque breve, en la prisión Regina Coeli, es un testimonio de su compromiso con los más vulnerables, un recordatorio de que la misericordia y la compasión no conocen barreras, ni siquiera las de la enfermedad o el encierro. Y es también una invitación a todos nosotros a mirar más allá de las apariencias, a reconocer la dignidad inherente a cada ser humano, y a construir un mundo más justo y fraterno.

Las apariciones sorpresa del Papa, en la Basílica de San Pedro, en Santa María la Mayor, son pequeños gestos que revelan una gran fuerza espiritual, una determinación inquebrantable de seguir llevando su mensaje de amor y esperanza, a pesar de las dificultades. Francisco, el Papa que abraza la fragilidad, se convierte en un símbolo de resiliencia, una inspiración para todos aquellos que enfrentan las pruebas de la vida con coraje y humildad. Su ejemplo nos recuerda que la verdadera fortaleza no reside en el poder o la invulnerabilidad, sino en la capacidad de amar y servir, incluso en la debilidad. Y que la Pascua, en su esencia más profunda, es un canto a la vida, a la esperanza, a la resurrección, que se renueva en cada acto de amor y compasión.

Fuente: El Heraldo de México