
18 de abril de 2025 a las 08:35
El secreto médico de la muerte de Jesús
La imagen de Cristo, flagelado y coronado de espinas, ha resonado a lo largo de los siglos como un símbolo de sufrimiento inimaginable. Pero, ¿cómo podemos, en pleno siglo XXI, comprender la verdadera dimensión del tormento físico y emocional que experimentó? El Dr. August Corominas, miembro de la Real Academia Europea de Doctores, se ha adentrado en este oscuro capítulo de la historia, utilizando la ciencia médica moderna para arrojar luz sobre la agonía de la crucifixión. Su investigación, basada en los relatos evangélicos y en un profundo conocimiento de la fisiología humana, nos ofrece una perspectiva estremecedora sobre la brutalidad del suplicio romano.
Imaginen la escena: Jesús, ya debilitado por la falta de sueño y la angustia emocional, es sometido a una flagelación implacable. Los latigazos, propinados con un instrumento diseñado para desgarrar la piel y los músculos, abren surcos profundos en su espalda. La pérdida de sangre es considerable, el dolor insoportable. Corominas, utilizando la Escala Visual Analógica (EVA) del dolor, estima que en este punto Jesús habría alcanzado el nivel máximo: un 10. Un dolor agudo, lacerante, que nubla la conciencia.
Y esto es solo el comienzo. La corona de espinas, lejos de ser un mero símbolo de burla, se clava en su cuero cabelludo, provocando heridas punzantes y un sangrado profuso. El dolor se intensifica, se irradia por todo su cuerpo. Debilitado, desangrándose, se le obliga a cargar el pesado madero de la cruz, un esfuerzo sobrehumano para un cuerpo ya al límite de sus fuerzas. Cada paso es una agonía, cada caída un nuevo tormento.
La crucifixión en sí misma es un suplicio cuidadosamente diseñado para prolongar el sufrimiento. Los clavos, atravesando las manos y los pies, no solo causan un dolor indescriptible, sino que también impiden la correcta expansión pulmonar, dificultando la respiración. El cuerpo, suspendido en una posición antinatural, se va asfixiando lentamente. La inflamación del pericardio, la membrana que rodea el corazón, provoca un dolor opresivo en el pecho. La dislocación de los hombros, producto del peso del cuerpo, añade otra capa de tormento.
Corominas calcula que la agonía de Jesús en la cruz se prolongó durante siete interminables horas. Siete horas de dolor incesante, de asfixia progresiva, de una lucha desesperada por aferrarse a la vida. La herida en el costado, infligida por la lanza de un soldado romano, lejos de ser un acto de piedad, aceleró la muerte al provocar un colapso cardiovascular. Un final trágico para una vida entregada a la compasión y al amor.
El estudio del Dr. Corominas nos invita a reflexionar sobre la crueldad inherente a la crucifixión, un castigo brutal e inhumano. Nos permite comprender, aunque sea de manera limitada, la inmensidad del sufrimiento físico y emocional que Jesús soportó. Más allá de las interpretaciones teológicas, la investigación de Corominas nos presenta un retrato crudo y conmovedor de la fragilidad humana frente a la barbarie. Un recordatorio de la importancia de la compasión y del respeto a la dignidad de todas las personas.
Fuente: El Heraldo de México