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18 de abril de 2025 a las 17:55

El Mito de la Lluvia: Viernes Santo

El Viernes Santo, un día envuelto en un halo de solemnidad y tradición, nos invita a la reflexión sobre el sacrificio de Jesucristo. Más allá de la simple conmemoración histórica, se trata de una jornada de profunda introspección, donde la fe y la devoción se entrelazan con costumbres y creencias populares que han trascendido generaciones. La atmósfera misma parece cambiar, cargándose de una intensidad emocional palpable. Se dice que la lluvia en Viernes Santo es un reflejo del luto cósmico, una manifestación de la tristeza que embarga al mundo ante la muerte del Salvador. Las gotas, frías y persistentes, parecen lágrimas del cielo que acompañan el dolor de los creyentes. Sin embargo, en otras regiones, el calor abrasador se interpreta como un recordatorio del sufrimiento de Cristo, un castigo divino que intensifica el dramatismo de la jornada. Estas interpretaciones, arraigadas en la cultura popular y religiosa, añaden una capa de significado a las condiciones climáticas, convirtiéndolas en símbolos tangibles de la pasión de Cristo.

El Viacrucis, esa conmovedora representación del camino al Calvario, se convierte en el epicentro de la conmemoración. Desde el mediodía, bajo un sol implacable o bajo un cielo encapotado, los fieles recorren las catorce estaciones, reviviendo paso a paso el doloroso trayecto de Jesús hacia la cruz. Cada estación, con su carga simbólica, es una oportunidad para meditar sobre el sacrificio, la entrega y el amor incondicional. Es un acto de fe que une a comunidades enteras en un sentimiento compartido de devoción y recuerdo. Más allá de la representación teatral, el Viacrucis es una experiencia profundamente personal, un viaje interior que nos confronta con nuestras propias debilidades y nos invita a la redención.

La ausencia de la misa en Viernes Santo marca una diferencia significativa con el resto del calendario litúrgico. Es un día de silencio, de recogimiento, donde la liturgia se centra en la Adoración de la Cruz, un acto solemne que nos recuerda el precio de nuestra salvación. La lectura de la Pasión de Cristo, narrada con emoción contenida por los sacerdotes, nos transporta a ese momento crucial de la historia, haciéndonos partícipes del sufrimiento y la agonía de Jesús. En las iglesias, las imágenes cubiertas con telas moradas, el sagrario abierto, la Virgen María vestida de luto, todo contribuye a crear una atmósfera de profundo respeto y dolor contenido.

La tradición del Viernes Santo se extiende más allá de los muros de las iglesias. En los hogares, las familias se reúnen para rezar el rosario, meditar sobre el significado del sacrificio de Cristo y compartir vivencias en un ambiente de recogimiento. La velación, una costumbre arraigada en muchas comunidades, es una muestra de devoción y acompañamiento, similar a la que se realiza cuando un ser querido fallece. Es una forma de permanecer unidos en oración, recordando la presencia de Cristo y esperando con fe la resurrección. El ayuno, practicado por muchos fieles, es una expresión de penitencia y solidaridad con el sufrimiento de Jesús.

El Viernes Santo es, en definitiva, un día de contrastes. Un día de luto y esperanza, de dolor y redención, de silencio y reflexión. Una jornada que nos invita a conectarnos con nuestra espiritualidad y a encontrar el verdadero significado de la Semana Santa. Un tiempo para recordar que la muerte no tiene la última palabra, y que la promesa de la vida eterna permanece intacta.

Fuente: El Heraldo de México