
18 de abril de 2025 a las 04:00
Cervezas vuelan en Pepsi Center: ¡Vendedor vs. Fans!
La escena, bañada por las luces estroboscópicas y el ritmo frenético del rap de Kidd Keo, se transformó en un instante. Lo que debía ser una noche de música y euforia en el Pepsi Center de la alcaldía Benito Juárez, el pasado 12 de abril, se tiñó de un gris inesperado. Un joven, con la esperanza de ganarse unos pesos, se abría paso entre la multitud con un pequeño cajón repleto de vasos de cerveza fría. Su objetivo era simple: ofrecer un poco de refresco a los asistentes, sedientos tras el calor del baile y la energía del concierto. Pero la euforia, a veces, se convierte en un monstruo de mil cabezas.
Algunos, amparados en la masa anónima y compacta, vieron una oportunidad. Manos furtivas se extendían hacia el cajón, arrebatando vasos sin pagar, sin un ápice de remordimiento. La indignación crecía en el rostro del joven vendedor. La impotencia se dibujaba en cada gesto. Cada vaso robado era una pequeña parte de su esfuerzo, de su esperanza de una noche productiva, desvaneciéndose en la oscuridad del tumulto.
El punto de quiebre llegó. Con la frustración desbordándole, el joven arrojó la base de su cajón, con los pocos vasos que le quedaban, un acto desesperado, un grito silencioso contra la injusticia. La chispa prendió la mecha. Los empujones comenzaron, una danza violenta e irracional que se propagó como un reguero de pólvora. El joven, acorralado, se defendía como podía, preso de la rabia y la impotencia.
La escena, surrealista, contrastaba con la música que seguía sonando desde el escenario. Gritos se elevaban por encima del ritmo, exigiendo que sacaran al joven, al "alborotador", al que se defendía de un robo a plena vista. La ironía se masticaba en el aire, espesa y amarga. ¿Quiénes eran los verdaderos agresores? ¿A quién debía proteger la seguridad del recinto?
Finalmente, un elemento de seguridad logró imponer algo de orden en el caos. Su voz, amplificada por un megáfono, resonó entre la multitud. Un llamado a la calma, a la razón, al respeto por aquellos que, como el joven vendedor, solo buscaban ganarse la vida honradamente. Un recordatorio de que la música debía unir, no dividir; que la euforia no justificaba la injusticia.
El concierto continuó, la música volvió a ser protagonista, pero el eco del incidente persistía. Un recordatorio incómodo de que incluso en medio de la fiesta, la desigualdad y la falta de empatía pueden aflorar, dejando un sabor amargo en la garganta. Un recordatorio de que, a veces, la verdadera batalla no se libra en el escenario, sino en la oscuridad de la multitud. ¿Cuántos jóvenes como él, buscando una oportunidad, son víctimas de la misma injusticia cada noche? ¿Cuántas historias similares se pierden entre la música y las luces? La historia del joven vendedor de cervezas es un reflejo, un microcosmos de una realidad que a menudo preferimos ignorar.
Fuente: El Heraldo de México