
17 de abril de 2025 a las 09:10
¿Música o Culpable?
La polémica en torno al narcocorrido resurge con fuerza. El reciente incidente con Luis R. Conriquez en Texcoco, donde el público, descontento por la ausencia de su repertorio "bélico", lo expulsó del escenario, aviva el debate. Muchos señalan al género como culpable, como si las letras incendiarias fueran la causa de la violencia que azota al país. Pero, ¿es realmente el narcocorrido el problema, o es un reflejo, un síntoma de una enfermedad mucho más profunda?
Insistir en la culpabilidad del narcocorrido es como culpar al termómetro de la fiebre. El arte, en cualquiera de sus expresiones, no crea la realidad, la refleja. El narcocorrido existe porque existe el narcotráfico. Si sus letras narran la violencia, la opulencia y el poder del crimen organizado, es porque esa es la realidad que viven muchas comunidades. No se trata de una apología, sino de una crónica, a veces cruda, a veces romantizada, pero siempre un reflejo de un contexto social complejo.
Las letras aspiracionistas, que glorifican el dinero fácil y el consumo desenfrenado, son un producto del modelo neoliberal que nos vendieron como la panacea. Un modelo que nos impuso el éxito económico como la única medida del valor humano. En un país con profundas desigualdades, donde las oportunidades son escasas, el narcotráfico se presenta como una vía de escape, una promesa de ascenso social, aunque sea a través de la ilegalidad.
La propuesta de analizar el narcocorrido desde su origen, en lugar de someterlo a juicios morales o clasistas, resulta fundamental. Entender el contexto socioeconómico que dio origen a este género nos permite comprender su función y su impacto. Como señala el investigador Juan Carlos Ramírez-Pimienta, la figura de Rafael Caro Quintero en la década de 1980 jugó un papel crucial en la resignificación del corrido, transformando la narrativa y adaptándola a la nueva realidad del narcotráfico.
La prohibición, como se ha demostrado en el pasado, no es la solución. Las medidas tomadas por algunos gobiernos, como la limitación de su reproducción en espacios públicos o la propuesta de penalizar cualquier expresión artística que haga "apología del delito", son un peligroso precedente. Se trata de una forma de censura que, en lugar de abordar el problema de raíz, intenta silenciar sus manifestaciones.
La autocensura, como consecuencia de estas medidas, es aún más preocupante. La diversidad de voces y narrativas es esencial en una sociedad democrática. Silenciar al narcocorrido no hará desaparecer el narcotráfico, solo ocultará la realidad bajo la alfombra.
En lugar de criminalizar la expresión artística, el Estado debería enfocar sus esfuerzos en garantizar la seguridad de sus ciudadanos y ofrecer alternativas reales a la violencia y la ilegalidad. La educación, la creación de empleos y el fortalecimiento del tejido social son las verdaderas armas contra el narcotráfico. Mientras tanto, el narcocorrido seguirá existiendo, como un espejo que refleja, nos guste o no, la realidad que nos rodea. Y como decía Albert Camus: "Mal nombrada la verdad, deja de serlo para convertirse en veneno."
Fuente: El Heraldo de México