
17 de abril de 2025 a las 15:05
Iztapalapa: 182 años de fe y tradición
La Semana Santa en Iztapalapa es mucho más que una representación teatral; es el latido de un pueblo, una promesa cumplida generación tras generación que ha trascendido el ámbito religioso para convertirse en un fenómeno cultural de dimensiones globales. Imaginen la escena: un mar de gente, expectante, con la mirada fija en el joven que, con el peso de la cruz sobre sus hombros, revive el camino del calvario. Noventa, cien kilos de madera, pero también el peso simbólico de la historia, de la fe, de la tradición de un pueblo entero. Ese recorrido de cinco kilómetros hasta el Cerro de la Estrella no es solo una distancia física, es un viaje espiritual que conecta a los iztapalapenses con sus antepasados, con aquella promesa hecha casi dos siglos atrás para librarse del cólera.
Es fascinante cómo una tradición nacida de la desesperación y la súplica se ha transformado en un evento multitudinario que atrae a millones de espectadores. De un pequeño pueblo azotado por la enfermedad a una representación reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La fuerza de la fe, la perseverancia de una comunidad y la riqueza cultural que se entreteje en cada detalle de la representación, desde la minuciosa selección del Cristo hasta la elaboración de los vestuarios, son la clave de esta longevidad.
Si bien la pandemia puso a prueba la continuidad de la tradición, la respuesta de Iztapalapa demostró su capacidad de adaptación y la importancia de la Pasión de Cristo en la identidad comunitaria. El traslado al mundo digital permitió que la representación llegara a rincones impensables, millones de personas se conectaron a través de pantallas para presenciar este acto de fe, demostrando que la devoción trasciende las barreras físicas.
Pero la historia de la Pasión de Cristo no se limita a Iztapalapa. En todo el mundo, diversas culturas han encontrado formas únicas de conmemorar la Semana Santa, cada una con sus propias particularidades y simbolismos. Desde la solemnidad del Vaticano, centro de la cristiandad, hasta las impactantes crucifixiones en Filipinas, donde la fe se vive con una intensidad extrema, pasando por la tradición sevillana, ahora desbordada por el turismo. Estas manifestaciones, tan diversas como conmovedoras, nos invitan a reflexionar sobre la universalidad del mensaje de la Semana Santa y la profunda huella que ha dejado en la historia de la humanidad.
En el caso de Sevilla, la reflexión toma un matiz distinto. La masificación del turismo ha puesto en jaque la esencia misma de la celebración, llevando a las cofradías a alzar la voz y pedir respeto por sus tradiciones. Es una llamada de atención sobre el delicado equilibrio entre la difusión cultural y la preservación de la autenticidad, una cuestión crucial para garantizar que la esencia de estas celebraciones no se pierda en el torbellino de la globalización.
Volviendo a Iztapalapa, es admirable el rigor con el que se lleva a cabo la selección del actor que interpretará a Jesús. No se trata simplemente de una actuación, es un compromiso profundo con la comunidad y con la fe. Debe ser un ejemplo de vida, un reflejo de los valores que representan la Pasión de Cristo. La preparación física y espiritual a la que se somete refleja la magnitud del reto, tanto físico como emocional, que implica cargar con la cruz y encarnar a una figura tan icónica.
Finalmente, la comparación entre el recorrido del Cristo de Iztapalapa y el camino al Gólgota que, según historiadores, recorrió Jesús, nos invita a dimensionar el simbolismo de la representación. Si bien la distancia en Iztapalapa es mayor, ambos recorridos representan el mismo sacrificio, la misma entrega, la misma fe que ha perdurado a través de los siglos. La Pasión de Cristo en Iztapalapa, con su historia, su tradición y su fervor, es un testimonio vivo de la fuerza de la fe y de la capacidad del ser humano para transformar la adversidad en esperanza.
Fuente: El Heraldo de México