
17 de abril de 2025 a las 04:20
Domina el arte del descanso
En un mundo obsesionado con la productividad, donde el valor de una persona se mide en términos de rendimiento, el descanso se ha convertido en un lujo, casi un acto de rebeldía. Nos hemos acostumbrado a vivir en un estado de alerta constante, a responder a las demandas incesantes de un sistema que nos empuja a hacer más, a ser más, sin pausa ni respiro. Nos hemos olvidado del valor del silencio, de la introspección, de la simpleza de ser. Y en esa carrera frenética, perdemos la conexión con nosotros mismos, con nuestras necesidades reales, con lo que verdaderamente nos nutre.
Cicerón, en su sabiduría, ya advertía sobre la importancia del ocio, del tiempo libre para el cultivo del espíritu. ¿Qué nos queda de esa sabiduría en la era de la hiperconexión? Las vacaciones, los fines de semana, incluso los pequeños momentos de respiro se convierten en una extensión de la actividad frenética, una oportunidad para llenar el vacío con más ruido, más estímulos, más consumo. Nos desconectamos del trabajo para conectarnos a las pantallas, a las redes sociales, a un torbellino de información que nos aturde y nos agota aún más.
El verdadero descanso no es evadirse, no es huir del cansancio a través del entretenimiento superficial. El verdadero descanso es una reconexión, un regreso a la esencia, un encuentro con uno mismo. Y en ese camino de regreso, la humildad se presenta como una guía indispensable.
La humildad nos permite aceptar nuestras limitaciones, reconocer que no somos máquinas de producir, que necesitamos pausar, recargar, re-conectar. Nos libera de la tiranía del ego, de la necesidad constante de aprobación, de la presión por alcanzar metas inalcanzables. Nos permite abrazar la imperfección, la vulnerabilidad, la simpleza de ser.
Para descansar con humildad, podemos empezar por silenciar el ruido exterior e interior. Apagar las notificaciones, desconectar del flujo constante de información, crear espacios de silencio para escucharnos, para sentirnos, para simplemente ser.
Practicar la gratitud es otra herramienta poderosa. Reconocer las pequeñas cosas que nos rodean, apreciar la belleza del presente, agradecer por lo que tenemos, nos ayuda a conectar con la abundancia que ya existe en nuestras vidas y a liberarnos de la ansiedad por lo que nos falta.
La aceptación es clave en este proceso. Aceptar nuestras limitaciones, nuestros errores, nuestras imperfecciones, nos libera de la carga de la autoexigencia y nos permite descansar en la paz de ser quienes somos.
Finalmente, cultivar la compasión, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás, nos ayuda a conectar con nuestra humanidad compartida, a comprender que todos estamos en este viaje juntos, con nuestras luces y nuestras sombras.
La Semana Santa, más allá de su significado religioso, nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la importancia del descanso, de la humildad, de la reconexión. Es un tiempo para recordar que el verdadero valor no reside en lo que hacemos, sino en quienes somos. Es un tiempo para permitirnos la vulnerabilidad, la quietud, la introspección. Es un tiempo para regresar a la esencia, para renacer desde la humildad. No se trata de dejar de hacer, sino de ser con mayor plenitud. No se trata de abandonar responsabilidades, sino de retomarlas con mayor claridad y fuerza interior. El descanso, desde la humildad, no es una pérdida de tiempo, sino una inversión en nuestro bienestar, en nuestro crecimiento, en nuestra capacidad de amar y de vivir con plenitud. Es la semilla que germina en la tierra fértil de nuestro ser, para florecer en la primavera de una vida más auténtica y significativa.
Fuente: El Heraldo de México