
17 de abril de 2025 a las 17:45
A salvo: Rescate en el Ajusco
La densa neblina se aferraba a las cumbres del Ajusco, envolviendo el paisaje en un manto misterioso y silencioso. El sol, ya ocultándose tras las montañas, pintaba el cielo con pinceladas anaranjadas y violetas, un espectáculo efímero que contrastaba con la angustia que se cernía sobre tres excursionistas perdidos en la inmensidad del parque. Horas antes, habían emprendido su caminata con la alegría y la energía que solo la naturaleza puede inspirar. El Valle de la Cantimplora, con su promesa de vistas panorámicas y senderos desafiantes, les había llamado como un imán. Paso a paso, se adentraron en el corazón del bosque, siguiendo el sendero que ascendía hacia la Cruz del Márquez. La subida, aunque empinada, les recompensaba con paisajes cada vez más impresionantes. Sin embargo, la confianza inicial pronto se transformó en incertidumbre. Al descender, la familiaridad del camino se desvaneció. Cada bifurcación, cada roca, parecía desconocida. El sendero que antes les guiaba con seguridad se había convertido en un laberinto de tierra y vegetación. El pánico, silencioso al principio, comenzó a apoderarse de ellos. La batería de sus celulares, su único vínculo con el mundo exterior, se agotaba inexorablemente.
Mientras tanto, en la base del Ajusco, el Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM) de la SSC-CDMX recibía la alerta. Una llamada entrecortada, la última señal de los excursionistas, resonaba en la frecuencia de radio. La ubicación, imprecisa, apuntaba hacia el Valle de la Cantimplora. Cada minuto contaba. Los rescatistas, curtidos en mil batallas contra la naturaleza, prepararon su equipo con la precisión de un relojero. Arneses, cuerdas, linternas, cada elemento vital en la lucha contra la oscuridad y el terreno agreste. La unidad policial, con las sirenas apagadas para no perturbar la tranquilidad de la noche, se abría paso por las sinuosas carreteras que conducen al parque. La geolocalización, aunque imprecisa, era su única guía en la inmensidad del Ajusco.
Al llegar al Valle de la Cantimplora, la búsqueda se transformó en una carrera contra el tiempo. La noche, fría e implacable, se cernía sobre las montañas. Los rescatistas, equipados con técnicas de salvamento alpino, se adentraron en la barranca. La pendiente pronunciada, las rocas resbaladizas y la vegetación densa eran obstáculos que desafiaban su experiencia y su determinación. Pero la idea de tres vidas en peligro los impulsaba hacia adelante. Gritaban los nombres de los excursionistas, sus voces resonando en la oscuridad. El silencio, roto solo por el crujir de las hojas bajo sus pies, aumentaba la tensión. Finalmente, una débil respuesta llegó desde la lejanía. Un grito ahogado, casi imperceptible, pero suficiente para reavivar la esperanza. Siguiendo el sonido, los rescatistas se abrieron paso entre la maleza hasta encontrar a los excursionistas, agotados, deshidratados, pero a salvo. El alivio se dibujó en sus rostros, un bálsamo contra la angustia de las últimas horas. El descenso, aunque difícil, se realizó con la satisfacción del deber cumplido. Una vez en la base, los excursionistas fueron atendidos por los paramédicos, agradecidos por el profesionalismo y la dedicación de quienes les habían devuelto la vida. La experiencia, sin duda, les había enseñado una valiosa lección: la montaña, hermosa e imponente, también puede ser implacable. La preparación, el respeto por la naturaleza y la prudencia son esenciales para disfrutar de sus maravillas sin poner en riesgo la propia vida.
Fuente: El Heraldo de México