
16 de abril de 2025 a las 09:20
No Prohíbas: Entiende
La reciente ola de prohibiciones contra los narcocorridos y corridos tumbados en varios estados y municipios de México ha desatado un debate complejo y apasionado. Más allá del incidente en la Feria del Caballo en Texcoco, donde la negativa de Luis R. Conriquez a interpretar sus canciones más populares provocó la ira del público, se esconde una problemática mucho más profunda. ¿Es la prohibición la solución a la glorificación de la violencia y el narcotráfico en la música? O, por el contrario, ¿se trata de una medida ineficaz que coarta la libertad de expresión y alimenta aún más el fenómeno que pretende combatir?
La realidad es que estas canciones, con sus letras explícitas y crudas, reflejan una realidad social innegable. Narran historias de violencia, poder y corrupción que, lamentablemente, forman parte del día a día en muchas comunidades del país. Prohibir su difusión no borra la realidad, sino que la empuja a la clandestinidad, fortaleciendo los mercados negros y la ilegalidad. Es como intentar tapar el sol con un dedo. El problema no son los corridos en sí, sino el contexto social que los produce y los consume.
Las autoridades, en su afán por mostrar una imagen de control y eficiencia, optan por la vía fácil: la prohibición. Es mucho más sencillo silenciar a los mensajeros que abordar las causas profundas del problema. En lugar de invertir en educación, oportunidades de desarrollo y programas sociales que combatan la desigualdad y la marginación, se recurre a medidas restrictivas que poco o nada contribuyen a la solución. Se criminaliza la expresión artística, en lugar de promover la reflexión crítica y el análisis de las problemáticas que estas canciones ponen sobre la mesa.
Además, la prohibición abre la puerta a la arbitrariedad y la discrecionalidad. ¿Quién decide qué canciones son aceptables y cuáles no? ¿Bajo qué criterios se evalúa la "apología del delito"? La subjetividad inherente a este tipo de decisiones puede llevar a la censura y la persecución de artistas, limitando la libertad de expresión y el derecho a la creación.
La historia nos ha demostrado que las prohibiciones, lejos de solucionar los problemas, tienden a agravarlos. Generan resistencia, fomentan la clandestinidad y, en muchos casos, impulsan la popularidad de aquello que se intenta suprimir. En el caso de los narcocorridos, la prohibición podría convertirlos en un símbolo de rebeldía y transgresión, atrayendo aún más la atención del público, especialmente de los jóvenes.
La solución no está en silenciar las voces, sino en generar conciencia y promover un cambio cultural desde la libertad. Es necesario fomentar el pensamiento crítico, la educación en valores y el diálogo abierto sobre las problemáticas sociales que alimentan este tipo de expresiones artísticas. En lugar de prohibir, debemos impulsar la creación de espacios de debate y reflexión, donde se puedan analizar las causas de la violencia y la delincuencia, y se promuevan alternativas para construir una sociedad más justa y equitativa. La libertad de expresión es un pilar fundamental de la democracia y no debe ser sacrificada en aras de una falsa sensación de seguridad. El reto está en abordar las causas profundas del problema, no en silenciar sus manifestaciones.
Fuente: El Heraldo de México