
16 de abril de 2025 a las 09:30
¿Libertad para Marcelo?
El aroma a café recién hecho se mezclaba con el murmullo de las voces, apenas un susurro en la discreta reunión a la sombra de Palacio Nacional. Allí, entre tazas humeantes y la danza de las cucharillas, se tejía el futuro político de México. Un futuro con la silueta de Marcelo Ebrard cada vez más nítida, proyectándose hacia el 2030. No era un secreto la habilidad del excanciller, su destreza en la arena internacional, especialmente su manejo de la compleja relación con el volátil gobierno trumpista. Ese, precisamente, era el as bajo la manga, la carta que podría catapultarlo a la cima de la contienda morenista.
La sombra de un posible regreso republicano a la Casa Blanca se alargaba sobre la mesa, y con ella la necesidad de un candidato capaz de navegar esas aguas turbulentas. Si bien Claudia Sheinbaum, actual jefa de Gobierno, había respaldado las estrategias de Ebrard y De la Fuente, cosechando éxitos en las negociaciones, el brillo de esos logros parecía reflejarse con mayor intensidad en la figura del excanciller. Un juego de luces y sombras, donde los méritos se difuminaban, pero los “positivos”, como los llamaban en ese círculo íntimo, parecían acumularse del lado de Ebrard.
Se recordaba, en voz baja, el pacto sellado con la actual presidenta. Un acuerdo tácito que le aseguraba a Ebrard la candidatura, siempre y cuando no surgiera una figura capaz de eclipsarlo, de arrebatarle el preciado trofeo. Una cláusula que resonaba con la incertidumbre propia del juego político, con la posibilidad siempre latente de un giro inesperado, de un nuevo actor irrumpiendo en escena. Y es precisamente esa "predecible sorpresa" la que Ebrard buscaba conjurar con cada movimiento, con cada gesto. No solo con sus hábiles negociaciones con la Casa Blanca, sino tejiendo una red de alianzas, cultivando relaciones estratégicas, lanzando guiños a los grupos de poder dentro de Morena. Un trabajo silencioso, minucioso, con la mirada puesta en el tablero político, anticipando cada jugada.
Todo esto, claro está, bajo la atenta mirada de la presidenta. Ella, la arquitecta del juego, había permitido, incluso impulsado, el protagonismo de Ebrard en el escenario internacional. Una estrategia calculada para alimentar su popularidad, para consolidar su imagen dentro de las filas morenistas. Una apuesta a largo plazo, donde las piezas se movían con precisión, donde cada paso estaba medido, cada palabra cuidadosamente escogida.
Pero, ¿sería suficiente? ¿Podría Ebrard superar su propia historia, vencer las resistencias internas, las ambiciones de otros actores, para finalmente alcanzar la silla presidencial? La pregunta flotaba en el aire, sin respuesta, como el humo del café que se disipaba lentamente. Solo el tiempo, implacable juez, dictaría sentencia. El futuro, como la política misma, se presentaba incierto, lleno de promesas y peligros, un camino sinuoso donde solo los más hábiles, los más astutos, lograban llegar a la meta. Y en ese juego, Marcelo Ebrard parecía dispuesto a jugar todas sus cartas.
Fuente: El Heraldo de México