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16 de abril de 2025 a las 09:20

Descubre los secretos de Varguitas

La supuesta dicotomía entre admirar la obra literaria de Mario Vargas Llosa y repudiar sus ideas políticas se ha convertido en un cliché, una suerte de insignia de progresismo mal digerido. Esta postura, sin embargo, revela una comprensión superficial, cuando no inexistente, de la profunda imbricación entre la literatura del Nobel peruano y su ideología liberal. Quienes se refugian en esta frase hecha demuestran, en el mejor de los casos, haber rozado apenas la superficie de su vasta obra, quedándose quizá con el recuerdo erótico de La tía Julia y el escribidor y extrapolando de ahí una imagen caricaturizada de un autor "derechoso". En otros casos, y mucho me temo que son la mayoría, la declaración no es más que una pose, una forma de aparentar familiaridad con un autor que ni siquiera han leído, al mismo nivel de quienes afirman que ninguna lectura los ha marcado tanto como Cien años de soledad, atribuyéndosela, de paso, al equivocado Nobel.

Existe una tercera posibilidad, aún más preocupante: que hayan leído las obras capitales de Vargas Llosa —La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral, La fiesta del Chivo— y, a pesar de ello, no hayan logrado captar la esencia liberal que las atraviesa. Porque el liberalismo de Vargas Llosa no es un aderezo, un añadido superficial a sus historias. Es la savia que nutre sus narrativas, el prisma a través del cual disecciona la realidad. Se manifiesta tanto en la denuncia explícita del autoritarismo militar, ya sea en el tono dramático de La ciudad y los perros o en la sátira mordaz de Pantaleón y las visitadoras, como en la condena implacable a la corrupción y el patrimonialismo de la clase política, retratados con crudeza en Conversación en la Catedral y La fiesta del Chivo.

Incluso en las novelas aparentemente menos políticas, el ideario liberal de Vargas Llosa se filtra, subyace en la trama. La casa verde, con su exploración de las pasiones humanas en torno a un burdel, deja entrever la crítica a un pacto social anquilosado y una sociedad antidemocrática. Hasta en sus obras eróticas, la reivindicación de la disidencia sexual se erige como un manifiesto en favor de las libertades individuales, pilar fundamental del pensamiento liberal.

Es lícito, por supuesto, admirar la obra de un artista cuyas ideas políticas rechazamos. La historia está plagada de ejemplos: la poesía fascinante de Ezra Pound, la obra cinematográfica y literaria del comunista Pier Paolo Pasolini, los textos feministas de Simone de Beauvoir. En estos casos, la grandeza artística trasciende la ideología, nos interpela a un nivel más profundo, nos invita a dialogar con perspectivas distintas a las nuestras. La denuncia social, la crítica a la opresión, sean de clase o de género, se convierten en el punto de partida para la construcción de un humanismo complejo, digno de ser explorado y debatido.

Pretender separar la obra de Vargas Llosa de su ideología liberal es un ejercicio de miopía intelectual. Es negar la profunda coherencia que atraviesa su trayectoria literaria. La mejor manera de honrar su memoria no es con genuflexiones cursis o repeticiones vacías, sino con un análisis crítico, con un debate riguroso que nos permita comprender la complejidad de su obra y su legado. Discutir, cuestionar, confrontar: ese es el homenaje que merece un gran escritor.

Fuente: El Heraldo de México