
16 de abril de 2025 a las 09:30
Descubre el romance de México
La sombra del oscurantismo se alarga amenazante cuando se intenta silenciar la expresión artística, cuando se pretende imponer un único pensamiento, una sola voz, una conciencia monolítica. Recordamos las hogueras, los libros en llamas, la persecución de las voces disidentes tachadas de herejía. ¿Estamos acaso volviendo a esos tiempos oscuros al querer censurar la narrativa artística que nos incomoda? El fenómeno del narco en México, con su intrincada red de violencia y tragedia, ha permeado la cultura popular, manifestándose en un género propio dentro del cine y la televisión: las narcoseries. Lejos de ser simples películas de acción, drama o comedia, estas producciones exploran la compleja realidad del narcotráfico, reflejando una sociedad que, de manera ambivalente, se ve atraída por este universo.
Este idilio secreto, casi una fascinación morbosa, se evidencia en el éxito comercial rotundo de estas narrativas. No se limita a la pantalla, sino que se extiende a la música, la pintura y la escultura. Santos patronos reinterpretados, figuras herejes que evocan una protección divina desde los márgenes del catolicismo, iconos negados por la ortodoxia religiosa, pero venerados en la clandestinidad. La música, con sus corridos tumbados y sus letras crudas, encuentra eco en millones de fans, algunos ocultos en las sombras, otros expresándose a plena luz, todos vulnerables a la censura, a esa "censura light" que pretende acallar las voces incómodas.
Se argumenta la apología del delito, se utiliza como pretexto para la censura, como una vía rápida para tomar decisiones apresuradas. Prohibir es un tema complejo, pero resulta, desde el punto de vista legal, prácticamente imposible imputar a un artista la promoción de un delito a través de su obra, una obra que resuena en miles de personas. ¿Deberíamos entonces prohibir las obras de Fabián Cháirez, como "Zapata después de Zapata", por considerarla una afrenta a la figura histórica? ¿Deberíamos censurar "La Venida del Señor" por considerarla una ofensa a la fe católica?
Toda proporción guardada, la cultura, expresada a través del arte en cualquiera de sus manifestaciones, tiene el derecho, y quizás incluso el deber, de ser disruptiva, de denunciar, de ser el grito ahogado del dolor colectivo, pero también la expresión de una alegría desbordante que trasciende los límites de la moral establecida. Fortalecer los valores humanos es fundamental, sin duda, pero nunca debe ser a costa del libre desarrollo de la personalidad del individuo. Nuestra Constitución es clara al respecto: la libertad de culto no se limita a la fe religiosa, abarca la libertad de elegir lo que vemos, escuchamos y sentimos. Cualquier intento de restringir esta libertad es simple postureo político.
Nadie celebra la violencia, las desapariciones, los homicidios, la transgresión de la ley. El juglar mexicano, con sus corridos tumbados y bélicos, narra una realidad que, más allá del espectáculo mediático, debe ser transformada. El arte, en este caso, no es la causa, sino el reflejo de una problemática social profunda. Acallar al mensajero no soluciona el problema, al contrario, lo invisibiliza, lo silencia. La verdadera solución radica en abordar las causas de la violencia, en construir una sociedad más justa y equitativa donde el arte pueda cantar otras historias, historias de esperanza y de paz.
Fuente: El Heraldo de México