
15 de abril de 2025 a las 09:05
Vive la magia: Semana Santa inolvidable
La diáspora mexicana, a menudo invisible, teje historias fascinantes en los rincones más inesperados del mundo. En mi caso, Hong Kong de los años 90 se convirtió en el escenario donde conocí a mexicanos extraordinarios, cuyas vidas se entrelazaron con la cultura china de una manera única y profunda, especialmente durante la Semana Santa, una época que compartíamos con ellos y que reforzaba nuestros lazos.
Lupita Lee, una mujer de ascendencia chino-mexicana, era el corazón de la comunidad mexicana en Hong Kong. Su historia, digna de una novela, comenzaba con un romance con un diplomático chino en México, un matrimonio que la llevó a China para luego descubrir una dolorosa verdad: era la segunda esposa. Con valentía, se reinventó en Hong Kong, donde su hijo se convirtió en un reconocido dentista y ella, en una figura querida y respetada por todos. Lupita fue nuestra guía en la compleja sociedad hongkonesa, una ventana a las historias de otras familias mexicanas que, como nosotros, habían encontrado un hogar en esa vibrante ciudad.
Otro personaje inolvidable fue Tony Martínez, potosino de nacimiento y boxeador de alma. Su vida, marcada por la Segunda Guerra Mundial y su servicio en el ejército estadounidense en el frente asiático, lo llevó a Hong Kong, donde se convirtió en una leyenda del boxeo. A pesar de su retiro, seguía representando al Consejo Mundial de Boxeo en Asia. Su espíritu emprendedor lo llevó a importar madera de guayacán desde México, un material preciado para la construcción naval.
Tanto Lupita como Tony mantenían una estrecha relación con los Misioneros de Guadalupe, una presencia constante y reconfortante para la comunidad mexicana en Hong Kong. Estos misioneros, con su dominio del cantonés y, en algunos casos, del mandarín, se convertían en puentes entre dos culturas. Nos enseñaron a navegar las sutilezas de la cultura china, compartiendo su sabiduría y conocimiento. Recuerdo con especial cariño al Padre Carlos, quien guió a mi esposo, entonces Cónsul General, en una peregrinación a la isla de Shengchuan, donde falleció San Francisco Javier. Y cómo olvidar los domingos, con la misa seguida de un delicioso dim sum, una tradición que nos unía como comunidad.
En Macao, la presencia mexicana se manifestaba a través de una orden de religiosas, lideradas por la Madre Verónica, quienes dedicaban sus vidas a cuidar a los hijos de mujeres trabajadoras. En cada visita, les llevábamos comida mexicana, a veces cortesía del capitán Carlos Angulo, del buque Toluca de Transportación Marítima Mexicana. A cambio, nos confiaban pequeños encargos para su convento en México, cerca de la Basílica de Guadalupe, un recordatorio tangible de la conexión entre estas dos tierras lejanas.
Estos mexicanos, con su generosidad, compasión y dedicación, dejaron una huella imborrable en Hong Kong y Macao. Su historia, entrelazada con la nuestra, es un testimonio de la capacidad del ser humano para adaptarse, construir comunidad y tender puentes entre culturas, incluso en los lugares más inesperados. Su recuerdo permanece vivo, especialmente en días como la Semana Santa, cuando la nostalgia por aquellos años en Hong Kong se hace más presente.
Fuente: El Heraldo de México