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15 de abril de 2025 a las 18:40

Río Acotzala: ¿Quién lo mató?

Un manto azul eléctrico, irreal, cubrió este fin de semana las aguas del río Acotzala, en San Martín Texmelucan, Puebla, como una herida abierta en el corazón de la naturaleza. La impactante imagen, que se viralizó rápidamente en redes sociales, no es un fenómeno natural, sino la consecuencia directa de la irresponsabilidad industrial. Los residuos químicos, provenientes al parecer de una textilera y una empresa láctea ubicadas en El Moral, tiñeron el afluente de un azul intenso, justo antes de su desembocadura en el río Atoyac. Este último, ya de por sí afectado por la contaminación, recibe ahora un nuevo golpe, un torrente azul que evidencia la falta de control y la impunidad que rodea a estas industrias.

Imaginen el contraste: el Acotzala nace cristalino en las faldas del imponente Iztaccíhuatl, un regalo de la naturaleza para los municipios de San Salvador El Verde y San Martín Texmelucan. Sus aguas, en su origen, son sinónimo de vida, de pureza, un reflejo del blanco inmaculado del volcán. Pero a medida que se acerca a las zonas urbanas, la mano del hombre corrompe su esencia. Las industrias, sedientas de progreso a cualquier precio, lo convierten en un vertedero de sus desechos, transformando su pureza en un azul tóxico que grita auxilio.

Lamentablemente, esta no es una escena aislada. La historia del Acotzala en los últimos cinco años es una crónica de agresiones constantes. Las descargas de aguas residuales, especialmente de la industria textil, con sus tintes para mezclilla, y de la industria láctea, han sido una constante. Los medios de comunicación han documentado estos crímenes ambientales, pero la respuesta ha sido insuficiente. El río, una vez fuente de vida, se convierte en un símbolo de la inacción y la complicidad.

Este fin de semana, sin embargo, la magnitud del daño fue innegable. Vecinos de la colonia El Chamizal, testigos impotentes de la agonía del río, reportaron una intensidad inusual en la coloración azul. La alarma se extendió como la mancha tóxica que cubría el agua. Esta vez, la evidencia era demasiado contundente para ignorarla. La indignación se palpaba en el aire, un sentimiento compartido por quienes ven cómo se destruye su entorno, su patrimonio natural.

Más allá del impacto visual, la contaminación del Acotzala representa un peligro latente para todo el ecosistema. Los químicos y tintes industriales no solo tiñen el agua, sino que envenenan la vida que alberga. La flora y la fauna sufren las consecuencias directas, y la salud de las comunidades que dependen del río se ve seriamente amenazada. ¿Quién se atreve a utilizar estas aguas contaminadas para sus actividades cotidianas? ¿Quién se arriesga a consumir los productos que se riegan con este líquido tóxico?

Ambientalistas locales advierten: el daño puede ser irreversible si no se actúa con urgencia. Es imperativo que las autoridades ambientales intervengan de manera contundente. No basta con lamentar el desastre. Se deben investigar las causas, sancionar a los responsables y, sobre todo, implementar estrategias de remediación que permitan al Acotzala recuperar su vitalidad. El futuro del río, y de las comunidades que dependen de él, está en juego. ¿Seguiremos siendo testigos pasivos de su destrucción o tomaremos acción para devolverle la vida? El tiempo apremia, y el Acotzala, teñido de un azul de tristeza y abandono, espera una respuesta.

Fuente: El Heraldo de México