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15 de abril de 2025 a las 21:20

El Gigante Mexicano: 30 Años de Sabor

El majestuoso guanacaste, un gigante de la flora mexicana, extiende sus brazos generosos sobre las tierras cálidas del sur, ofreciendo sombra y cobijo bajo su imponente copa. No es solo su tamaño lo que lo convierte en un coloso, sino también la paciencia con la que guarda sus tesoros. Imaginen, treinta años, un ciclo de vida completo para muchos, es el tiempo que este árbol, conocido científicamente como Enterolobium cyclocarpum, se toma para ofrecer sus preciados frutos. Tres décadas de espera para un regalo de la naturaleza, una ofrenda que lo convierte en un símbolo de perseverancia y resiliencia.

Desde las costas del Golfo de México, en Tamaulipas, hasta la exuberante Península de Yucatán, y bañando las playas del Pacífico, desde Sinaloa hasta Chiapas, el guanacaste se erige como un guardián silencioso de la biodiversidad mexicana. Su presencia, imponente y a la vez armoniosa con el entorno, marca el paisaje de estas regiones, ofreciendo un espectáculo visual que cautiva a quien lo contempla.

En la Península de Yucatán, tierra de antiguos saberes y tradiciones mayas, el guanacaste es reverenciado con el nombre de "pich", una palabra que evoca la peculiar forma de sus frutos, semejantes a grandes orejas. Esta denominación, que trasciende la simple descripción física, nos habla de la profunda conexión entre el pueblo maya y la naturaleza, de su capacidad para observar y apreciar la belleza en cada detalle.

Imaginen un árbol que puede alcanzar los 45 metros de altura, con un tronco que abraza la tierra con sus 4 metros de diámetro, y una copa tan extensa que parece querer tocar el cielo. El pich, con su porte majestuoso, se convierte en un oasis de frescura en medio del calor tropical, un refugio natural para la fauna local y un deleite para la vista de quienes transitan bajo su sombra.

Pero no solo su tamaño y belleza lo hacen especial. El fruto del pich, de un color café rojizo y con un diámetro de aproximadamente 9 centímetros, guarda en su interior un tesoro aún más valioso: propiedades medicinales que han sido aprovechadas por generaciones en la herbolaria mexicana. Un conocimiento ancestral, transmitido de padres a hijos, que reconoce en el fruto del guanacaste un aliado para aliviar diversos malestares.

La espera de tres décadas para obtener estos frutos adquiere entonces un significado aún más profundo. No se trata solo de un fruto, sino de un remedio, de una conexión con la sabiduría ancestral y de un símbolo de la generosidad de la naturaleza. El guanacaste, con su paciente espera y sus dones curativos, se convierte en un testimonio vivo de la riqueza y la magia de la flora mexicana.

Y más allá de sus usos medicinales, el fruto del guanacaste también ha encontrado su lugar en la gastronomía local. Las semillas, una vez desvainadas y secadas, pueden conservarse hasta por tres meses, ofreciendo una fuente de alimento nutritiva y versátil. Desde tiempos prehispánicos, las comunidades han incorporado este fruto en sus dietas, creando platillos tradicionales que honran la generosidad de la tierra.

El guanacaste, el pich, el orejón, la parota. Un árbol, muchos nombres, un solo significado: la conexión profunda entre el hombre y la naturaleza. Un recordatorio de que la paciencia, la observación y el respeto por los ciclos naturales nos permiten acceder a los tesoros que la tierra nos ofrece.

Fuente: El Heraldo de México